domingo, 24 de diciembre de 2006

Inmortal por un día



Por hoy, sólo por hoy, fui inmortal.

Esta mañana frené a tiempo para darle paso a la señora de rosado. Viejecita sólida, calculo que andaría como en sus noventa, vestido rosa pálido, piel morena y fibrosa pegada al hueso, cabello largo canoso recogido en un moño alto. Levantó la mano como para agradecer que le cediera el paso, y entonces ocurrió la magia, unió el gesto de agradecimiento con dos cruces que armó lentamente en el aire, que me arrojó junto a una sonrisa plácida de abuelita en los largos segundos que afortunadamente se tomó para cruzarme frente al capó. Creo que es la segunda mujer en la vida, después de mi madre, que me hace la señal de la cruz al momento de despedirse.

Pasé una mañana radiante, rebosante de una energía calma y bonita. Recordé al personaje de Punch Drunk Love (Adam Sandler enamorado de la preciosa Emily Watson) que en un momento crucial le grita en la cara al mafioso que le está haciendo de cuadritos la existencia: “¿Sabes qué? ¡Tengo un amor que me hace poderoso, así que mejor cuídate de mí!”.

Sin embargo, hacia finales de la tarde me amenazó una jaqueca criminal. De esas que cuando te agarran te sueltan con varios millones de neuronas menos. Y definitivamente un poco más bruto. Justo cuando empecé a sentir enturbiarse al mundo, cuando las luces comenzaron a estallarme en las sienes con una danza que desata mi pánico fotofóbico, entonces se me vino el recuerdo de la viejecita de rosado que me echó sus bendiciones por la mañana. Menos mal que nadie me oyó –excepto la acobardada jaqueca que salió aullando y huyendo- cuando exclamé con total convicción infantil: “Tranquilo, es imposible que te pase nada, hoy eres inmortal”.

martes, 19 de diciembre de 2006

¿Con B de qué?


Hace exactamente cuatro años andaba yo en la hermosa Buenos Aires haciendo un documental que jamás llegó a terminarse. Queríamos hacer una investigación sobre la historieta argentina y cómo su imaginario estaba influyendo y dejándose influir por el del cine fantástico. Al final nos quedamos sin presupuesto ni permiso para continuar; fuimos nosotros quienes acabamos inmersos en un guión de cómic que algún espíritu burlón se dio a la tarea de escribir durante varias semanas. Y luego abandonó.

Llegando a Buenos Aires, apenas puse un pie en el aeropuerto, me enfermé con una virosis espantosa. Imperaba un verano austral con sus contundentes 40 grados a la sombra mientras yo estaba metido en la habitación del hotel abrigado con varios suéteres, bufandas improvisadas, doble media, triple cobija, tos como gruñidos de perro y todo eso rematado por un insomnio que no me dejaba pegar el ojo ni siquiera cuatro horas por noche.

Durante días estuve combinando remedios para la gripe con el bombazo antiasmático, doble dosis de Stylnox -cuando basta la simple para dormir a un caballo-, y todo ello regado por generosas copas de vino tinto mendocino (por aquello de que el vino da sueño, y ya que los somníferos no podían solos pues yo les echaba una manito).

Digamos que por un tiempo mi cuerpo estuvo físicamente en Argentina pero yo andaba más bien por Ganímedes. Y hubo pedazos considerables de mi existencia que no recuerdo en lo más mínimo así que me los cuentan mis compañeros de producción -a lo que yo respondo con la conciencia limpia y convicción absoluta: “Lo lamento, yo no estaba allí. Ése no era yo”-.

Cuando ya yo andaba medianamente de vuelta en este mundo decidimos lanzarnos cierta mañana a hacer las entrevistas, nos encontramos en el lobby del hotel y yo venía trastabillando, convaleciente, haciendo de tripas corazón para no lanzarme sobre un sofá y gritar a mis compañeros: “Sálvense Ustedes… yo no lo lograré”.

Pero entonces Richard, el asistente de cámara, no me da tiempo para melodramas porque me intercepta al pie de la escalera y me suelta:

-Coño, papá, me pegaste esa rolo e’ peste tuya. Me estoy sintiendo medio mal.

No alcanzo a mandarlo a la mierda porque llega el taxi y tenemos que subir el perolero a la maleta. Nos ayuda el conductor, un cincuentón barrigudo con una tos incluso peor que la tenía yo ayer. “¡Voy adelante!” grita Richard y de un salto –a pesar de la gripe que supuestamente le aniquila- se abalanza sobre el asiento del copiloto. Arrancamos y a las pocas cuadras Richard se voltea con expresión de víctima, carraspea exageradamente la garganta, hace señas con el índice surcándole el cuello de un extremo al otro como vaticinando su pronta muerte:

-Me estoy muriendo, papá, me siento malísimo. Me arde la garganta, me duele al tragar, tengo el estómago flojo y yo creo que tengo fiebre.
-Ahorita nos paramos en una farmacia y te compramos algo, Richita, quédate tranquilo- ladro yo.

Pero en eso emerge una voz de ultratumba, una cosa mustia, añejada tras kilos de tabaco y flema, más que una voz un ronquido o un rugido:

- Tomá Rivodrina de 600- dice el chofer del taxi con la vista clavada en el frente.
- ¿Qué? – grita Richita con una fuerza que casi voltea al carro.
- Rivodrina de 600, loco. Te tomás dos ahorita, y repetís la dosis cada 4 horas durante un par de días. Amanecés como nuevo, pibe, ni te enterás del hijo de puta resfriado.
- Ajá, anótame esa, Jose… Ralfoncina de 500 – me indica Richita confiadísimo de haber dado con la solución a todos sus males.
- Tomá esto, anotá bien para que le digás al de la farmacia - se saca el taxista un papelito de los que tiene en el parasol junto con un bolígrafo, se los extiende a Richard entre toses estentóreas que retumban dentro del carrito- Recordá: Rivodrina de 600 miligramos, dos tabletas cada 4 horas.
- ¿Y cómo se escribe, eso, papá? – dice Richita mientras anota cualquier cosa en el papelito.
- ¡Y qué sé yo, che! Ri-vo-dri-na, como suena, apuntalo bien –dice el taxista y tose, regurgita, escupe hacia la calle, tose más. Está a punto de morir asfixiado – Rivodrina de 600, y te curás de todo, quedás como nuevo.
- ¡De 600… no vale, ni de vaina, eso es muy alto! Yo no me voy a tomá esa mierda – pelea Richita- ¿de eso no viene de 200? Yo voy a preguntar si no hay uno que sea menos fuerte.
- ¿Pero sos boludo o qué? Tomate el de 600 que es el que cura, che, que te digo yo, si no te vas a joder, a joder hasta el orto- regaña el taxista y tose hasta que casi se vomita, la barriga le rebota contra el volante, tose hasta quedar morado.

Yo embutido en el asiento de atrás casi digo: “Claro, Richita, quedas igualito de nuevo y de curado que este chofer que además es laringólogo”. Pero entonces Richard se saca de la manga una pregunta que nos rompe los esquemas a todos:

- ¿Pero ese remedio se escribe con B de qué? (y en vez de decir las clásicas: “con b de burro o v de vaca” o “con b alta o v chiquita”, Richita opta por decirle al taxista que es bonaerense): ¿Con B Barquisimeto o V de Valera?
- ¿Y qué se yo, boludo? Con V, pibe, con la V del Vélez Sarsfield – responde el taxista, como explicando algo demasiado obvio. Como si con un mínimo de conocimiento sobre fútbol argentino quedara zanjada toda duda sobre la uve, la be labial y la ve labidental.
-¡Ah, sí va! – Asiente feliz Richard y anota con pulso firme y letras enormes algo que alcanzo a ver tiene una gran Z de Zorro.

Y en ese instante yo supliqué en un susurro: Señor, por favor, déjame bajarme de esta nave espacial y volver con los míos a mi planeta.

Aterricé del taxi convencido de haber culminado un viaje intergaláctico, casi beso el suelo de la madre Tierra. Veo desaparecer tras una esquina al hombre tosiendo en su carrito negriamarillo y no puedo ocultar mi felicidad. Me he salvado esta vez.

-¡Coño de la madre, se me quedó el papelito en el taxi, chamo! ¿Tú no te acuerdas cómo es que se llamaba el remedio ése que me recetó el pana?- me pregunta Richard angustiadísimo.

Yo no sé ni contesto. Invento un acceso de tos, me llevo las manos a la cara y me tapo un par de gruesas lágrimas que sin quererlo se me han escurrido.

viernes, 15 de diciembre de 2006

Boards of Canada

Satellite Anthem Icarus - Boards of Canada


Hoy volveré a bailar de arquitectura –como decía Frank Zappa con sarcasmo sobre quienes escriben sobre música-, la culpa la tienen los hermanos escoceses Michael y Marcus Saundison que conforman al grupo de música electrónica más elegante del mundo y también uno de los de peor nombre: Boards of Canada.

Me gustan los Boards of Canada porque suenan al soundtrack de esa película nunca hecha a las Crónicas Marcianas de Bradbury o a La Nave Estelar de Brian W. Aldiss. O quizás porque suenan a proyecto frustrado de una película que debería filmar Cronenberg a partir de un guión incompleto de Tarkovsky. Y también porque suenan a un documental sobre fauna submarina extraterrestre, o a música de fondo de parque temático futurista, uno de los 80, en aquellos tiempos cuando la ciencia ficción hablaba desde la ingenuidad y la austeridad de cosas realmente importantes.

Creo que me gustan los Boards of Canada porque supieron hacer de la música electrónica otra cosa, más allá de encandilarse con los ruiditos y los colorcitos, más allá de sucumbir a la pirotecnia de los nuevos sonidos y texturas. Estos tipos hacen con la electrónica lo que Ronaldinho o Zidane hacen con el fútbol; entre la sonrisa de quien juega como un cachorro y el trance de quien sufre cada jugada en la que se le escurre la vida, se sacan gambetas que los demás no pueden, dejan flotando las partículas en el aire con efectos que sólo ingresan a las leyes de la física gracias a su magia.

Rodea a este dúo escocés un aura de misterio; durante años se fotografiaron y se presentaron en vivo portando máscaras, escafandras y capuchas. No mostraron las caras ni aceptaron responder a la pregunta de “por qué se llaman así”. Sobran teorías y especulaciones sobre esta peculiar Junta Directiva del Canadá; pero ellos no sueltan prenda, no de propia voz. Me gusta pensar que se llaman así porque les da la gana, porque es como una declaración de principios para decir que detrás de nombres absurdos se hallan, a veces, las mejores cosas esperando por ser descubiertas por los curiosos. Tampoco son amigos de los video clips, apenas tienen un par de videos oficiales, hecho que ha gestado en la comunidad de fans un concurso permanentemente abierto y gratuito donde cada quien es libre de colgar en la red su video como si se tratara de un dibujo libre para compartir. Y créanme que los hermanitos Saundison han inspirado imágenes sublimes, para muestra éste botón que antecede al texto.

Un dato curioso: el hermano mayor de los Saundison, Michael, nació un 12 de julio de 1971. Eso lo convierte en un gemelo imposible de quien escribe estas líneas. Me llena de una especie de alegría infantil pensar que alguien -de alguna manera alguien muy próximo- está creando esa música que ya me hubiera gustado hacer a mí de haber nacido dotado con otro talento.

lunes, 11 de diciembre de 2006

Foto de cédula.

Mi pana El marciano me envía un mensaje de texto hace unos días: “La conocí hoy en la cola para votar. Es la mujer de mi vida. Luego te cuento”.

La noticia me alegra especialmente; el marciano es químico puro, con postgrado en no- sé-donde impronunciable, en una cosa complicadísima que tiene que ver con polímeros y prótesis. Yo lo único que sé es que si pierdes un dedo el marciano te hace uno nuevo de un plástico orgánico cagante que te permitirá pintar nuevas palomas con una elegancia y una destreza que nadie se podrá imaginar jamás que ese dedo no es tuyo.

El marciano acaba de regresar hace pocos meses, tiene varios años afuera del país. Aunque fuera de este mundo tenga la vida entera. Quizá por ello es el apodo de Marciano, y quizás por eso mismo es que le cuesta una bola (que aunque se la pueda volver a hacer, igual le cuesta) tener suerte con las mujeres.

Lo llamo una y otra vez para que quedemos y me eche el cuento de la diosa que conoció en la cola. No me contesta, me da evasivas, huye. Me imagino que está con ella. Seguro que atraviesa uno de esos momentos del enamoramiento en los que los amigos y todo el resto de la vida pasan a formar parte de la categoría: “Mariqueras sin importancia que siempre se pueden dejar para después”.

Pero me despierta hoy en la madrugada con una llamada que nos deja a todos con el corazón encaramado en el esófago.

- Necesito hablar contigo. No le digas nada a nadie, ni siquiera a tu esposa. Nos vemos en media hora en el bar de la esquina de tu casa.

Me pongo cualquier cosa, en medio del apuro pienso que la combinación de bermudas con medias deportivas blancas y zapatos mocasines no queda del todo mal. Me retracto apenas piso la calle, pero ya es tarde. Dejo a los míos aún más preocupados gracias a mi torpeza para inventar excusas: “Es que voy a comprar cigarros que va a haber escasez”. Como si no supieran que dejé de fumar desde el infarto.

Encuentro al Marciano apostado en la barra, sudando, viendo a los lados, consumido por la paranoia.

- ¡Te están persiguiendo, no! Ya comenzó la dictadura en esta mierda –grito descontrolado desde el otro extremo de la barra.
- ¡Claro que no, pedazo de loco, tómate una birra, cálmate y cállate para que me puedas oír! –dice el Marciano unos 20 decibles más alto que yo.

Pido dos cervezas, las dos para mí. La primera me la bebo de un sorbo, fondo blanco; cuando comienzo a paladear la segunda rompo el silencio

- Entonces… Marciano de mierda… ¿qué coño es lo que te pasa?
- La mujer de la cola. La que te comenté en el mensajito. Le vi la cédula. En ese instante percibí que algo andaba mal. Y ese algo ha ido creciendo. Y ya no quiero saber de ella. Me está volviendo loco. Me llama, me busca, me escribe. Yo no quiero nada con esa loca.
- ¿Le viste la cédula?
- Sí. Se le cayó justo en ese momento en el que por fin logras decir algo que la pone a ella más nerviosa que a ti. Hice un avance, me jugué una carta y ella mordió. Se puso nerviosita y como estábamos a punto de votar se le resbaló la cédula de la mano. Yo de galán me agaché para recogérsela y entonces la vi. Le vi la cédula y me cagué, loco.
- ¿Es una vieja de 90 años pero parece de 20, no?- me apresuro a concluir.
- No, mucho peor. Es hermosa –le brillan los ojos al marciano como a quien está a punto de develar un misterio antiguo- Pero en la foto de la cédula es aún más bonita que en la realidad. Es como si fuera la foto de una modelo, es una vaina que deja a Scarlett Johansson como si fuera un moco. A Nohely Arteaga como un bagre. La tipa es una belleza… pero en la foto de la cédula está todavía mejor.
- ¡Pero bueno, Marciano, tú me llamas de madrugada a mi casa y me haces venir hasta aquí para decirme esta mariquera! Yo juraba que te había pasado una vaina grave, chico.
- No, ese día todo fue sublime. Votamos, la esperé y luego la acompañé hasta la puerta de su edificio. Y nos besamos, güevón, nos besamos como dos adolescentes. Los besos más ricos que me he dado en mi vida, como si esa boca fuera de una frutita que a alguien se le olvidó rescatar cuando nos botaron del paraíso.
- Pana, de verdad que estoy a punto de irme a mi cama. Anda a joderle la paciencia a otro pendejo… - apuro la cerveza y me levanto.
- No, espera. Mira este mensajito que me mandó la tipa esa misma noche –se saca el celular, presiona las teclas, me muestra la pantalla pero también me lee en voz alta- “Aquí estoy en mi cama que hoy se me hace enorme. Me gustaron esos besos de tus labios dulces, quiero otra probadita”.
- Marciano esa mujer es una prodigio, es lo máximo, tú no te mereces que se fije en ti, y sin embargo se fija ¿entonces cuál es tu problema? –intento disimular mi impaciencia.
- La foto de la cédula.
- ¿La foto de la cédula?
- Sí. Porque tú sabes que esa máquinas que toman la foto de la cédula toman las peores fotos posibles. Es como si tuvieran un alterador de partículas. Es una mierda que en la NASA la deben estar tratando de imitar. Apenas esa vaina hace clic las moléculas de tu cara se desordenan, se rebelan, es como si dijeran “¡En forma de cualquier cosa!” o “¡En forma de la versión más horrible de esta persona!” Y por eso es que todo el mundo sale así de fatal en la foto de la cédula. Porque las partículas de todo mortal hacen su mejor intento por hacerle peor. Es una reacción natural.
- Ah, coño, eso es verdad.
- Claro que es verdad, pana, por eso es que esta tipa es un caso extraño. Ella sale en la cédula aún más buena que en la vida real. ¿Tú conoces a alguien así? ¿Dime tú quién puede andar con alguien así?
- No, es que está claro, clarísimo.
- ¿Qué cosa tienes tan clarísima?
- Que algo muy raro pasa con esa mujer. Esto no pinta nada bien. No te vuelvas a juntar con esa loca.
- ¿Y habrá que avisarle a la gente?
- Claro, hay que regar la voz entre los amigos. Hay mucho incauto buscando pareja sin verle jamás la cédula.

De regreso a casa, bajo la luz mortecina de un farolito saco la billetera y extraigo con dedos temblorosos la cédula. Respiro aliviado. Gracias a Dios, me cuesta reconocer a ese carajo espantoso que sale en la foto. Casi ni soy yo.

martes, 5 de diciembre de 2006

Eppur si muove


Dicen que justo cuando Galileo Galilei salía de su juicio por herejía se cruzó con el descamisado teniente coronel Bill Kilgore (el Robert Duvall de Apocalypse Now) coronado con sombrero de cowboy y su aire de perdonavidas.

Acababa el viejo Galileo de retractarse ante el santo tribunal de la inquisición para evitar la hoguera: “Retiro lo dicho, señores, les doy ahora a Ustedes la razón: la Tierra es el centro del universo y no se mueve alrededor del sol. Así lo dispuso Dios y así lo declara este Tribunal”.

- Me gusta el olor del fuego por la mañana; huele como a… victoria- Gritó retador el teniente coronel, todo verdugo dueño de la hoguera, justo cuando el astrónomo pasaba frente a él con la frente especialmente en alto.

Se detuvo Galileo frente al hombre armado y comentó como para sí mismo, aunque lo suficientemente fuerte como para que el susurro retumbara en la sala, y sobre todo en las diminutas cabezas bélicas de Kilgore y los suyos.

- Eppur si muove (Y sin embargo, se mueve) – silbó Galileo y siguió su camino seguro de que la historia le daría la razón.

La frase aún cobra sentido siglos después para todos los galileos, que a pesar del mundo la siguen susurrando para sosiego de su propia conciencia, pero sobre todo para su retumbe en la conciencia de otros. Y cómo hace temblar de furia y pánico a todos los tenientes coroneles Kilgore que tratan de repelerla con fuego y más fuego.

Inmune a las llamas, se mueve.


jueves, 23 de noviembre de 2006

Carta a Materazzi (a quien recordaremos tan poquito)


Desde hace algún tiempo vengo recibiendo la consuetudinaria visita de un anónimo a quien le debo reconocer que es uno de mis más asiduos y fervorosos lectores. Su sensible piel de revolucionario se estremece de escozor con las cosas que encuentra aquí escritas; y sin embargo no puede evitar leerme, mucho menos de dejar sus comentarios. Se toma largos minutos, yo diría que hasta horas de su tiempo, para escribir sus misivas henchidas de afecto por el régimen, apasionadas hasta el desgarre, cargadas de aburridísimas lecciones sobre el deber ser del patriotismo, toda una gama de lugares comunes predecibles que en nada vienen a cuento, señalamientos, insultos contra mí y los míos, acusaciones sobre lo malísimamente mal que yo he vivido… y hasta se sabe con detalle mi vida: dónde trabajé, con quién estoy, qué postgrado hace mi pareja, cuál era mi trabajo, etc.

Y como insiste tanto en el anonimato –ya lo decía Wittgenstein que hay sujetos que al arrancarle la máscara se les arranca la cara también- he decidido llenarle el hueco que lleva por rostro con un nombre. Yo te bautizo: In nomine patri et filii et spiriti sanctum como Materazzi.

(Y aquí hacemos una pausa para que puedas echar espuma por la boca y vomitar chorros verdes copeyanos con tropezones de sapo, culebra… y también tucusitos cabalgando ponys sobre el arcoiris porque de pana eres cursi y estereotipado como pocos)

Materazzi, si acaso ni siquiera te acuerdas tú de ti mismo, es el tipo a quien cabeceó Zidane. El mismo que se dedicó durante 120 minutos a insultar más que a jugar fútbol, que se entregó al sabotaje –hay algunos que nunca aprendieron otro tipo de juego, sólo saben jugar así- y con eso quiso maquillar su propia mediocridad, a punta de provocaciones al buen Zidane para que jugara mal. Acabó Zinedine por hacer algo que yo, en lo personal, aún le aplaudo y le agradezco por más que haya terminado en escándalo, tarjeta roja y copa para Italia. Porque ese fue el cabezazo que da un hombre por su dignidad. Aguantó y aguantó al atorrante hasta que el poco feliz Materazzi le nombró a la mamá y a la hermana. Y toma tu cabezazo, punto. Fin de la historia. Porque hay momentos en los que se te agota la tolerancia. Hay instantes en los que uno, por necesidad, deja de ser un personaje y se asume en toda su humanidad por defectuosa que sea. Pienso que se equivocan quienes creen Zidane perdió al cabecear a Materazzi. Al contrario, Zidane ganó. Se hizo héroe al recordar en medio de la final que él más que un futbolista, más que un astro, mucho más que un campeón, era un hombre que con toda justicia marcaba una línea y decía: “Este es mi territorio, a partir de aquí no le acepto a nadie que se meta”.

Entonces, tú, Materazzi, te diré que te he aguantado un rato, te he dejado que des tu comiquita. Que tengamos diferencias ideológicas, venga y pase. Que encuentres sublime aquello que yo encuentro patético y viceversa, pues lo podemos tomar como un halago. Que exijas tolerancia, respeto y apertura mientras te explayas en insultos es ridículo. Y sin duda, que des rienda suelta a tus eyaculaciones mentales (siempre prematuras, aguadas como saliva) aquí en mi patio es algo que definitivamente no me gusta. Pero ya yo veré si te las permito o no, si te las publico o procedo directamente a borrarlas sin leerlas.

Materazzi, los insultos contra mi familia y mi pareja despiertan el peor Zidane que hay en mí. No me importa si eres un tipo de 200 kilos de musculatura encaramado en una aplanadora, puedes jurar que encontraré la manera de romperte la cara. Yo aquí trazo mi línea. No te lo permito, así de sencillo (debes estar acostumbrado a que te prohíban y te obliguen a ciertas cosas, es el espíritu bolivariano, así que no te será difícil entender). Así que si apareces por aquí ya sabes que seré yo el que decida a quien dejo comentar y a quien no. Yo decido cuántos minutos de improperios me calo en mi tierras. Éste, Materazzi, es el blog Rostros de Viento de José Urriola. No es “El blog del insulto fácil y la oda a la gaguera mental de Materazzi”. Monta tu propia bitácora, haz de ella un burdel o un club de swingers, si eso es lo que te provoca. Cuando lo tengas montado me avisas, a lo mejor me animo y me paso por allí a visitarte; aunque, para serte sincero, lo más probable es que no vaya nunca. Porque ando en otras más nobles y felices como para andar visitando a la gente con el único fin de dar rienda suelta a mis complejos y reconcomios. Yo no soy masoquista como tú, Materazzi, yo no voy y vuelvo a los lugares ni me rodeo de la gente que sé que me van a incomodar. He aprendido a evitar ciertas cosas y a nutrirme de otras mejores, a eso se le llama cultivar el buen gusto. Es el arte de alimentarse de personas, sitios, músicas, lecturas e imágenes que te suman, no que te restan.

Pero soy generoso, Materazzi, te voy a dar la concesión a ti -y a los que te traigas- para que aproveches este post y le des barra abierta a toda esa materia roja, viscosa, apestosa y urticante que llevas en las entrañas. Vamos, te doy permiso aquí y ahora para que hagas gala de todas tus capacidades y dejes en evidencia toda la gracia de la que eres capaz.

Te llevarás la copa, Materazzi, te sentirás ganador, mientras a mí me sacan la tarjeta roja (con la complicidad del árbitro que está de tu parte). Pero esa victoria tendrá el gustico del fracaso, a juego fraudulento, te quemará la lengua con el sabor a trampa; y debajo de tu sonrisa de utilería se te notará la mueca de asco, de desprecio por ti mismo. Celebrarás, sí, te sentirás guapo y apoyado… pero estarás condenado por la historia a salir por la puerta de servicio y con una patada en el culo. Lo sabes, lo sabes mucho mejor que yo.

Vamos, Materazzi, recarga tus baterías de odio, es tu última oportunidad, escupe tus cositas venenosas; pero por favor sorpréndenos, dime cosas realmente horribles que por lo menos pueda utilizar en un libro más adelante. Este post es tuyo, papá, tienes mi bendición y mi consentimiento… eso sí, de ahora en adelante ya no respondo. Y no se hable más del tema, muchacho pendejo.




PD: Ah, Mate –perdona la confianza ¿te puedo llamar Mate, verdad? Claro que sí, fui yo quien te dio el nombre- voy a estar de vacaciones toda la semana. Es una costumbre burguesa horrible que tenemos, la de irnos a un lugar agradable, pasarla sabroso con alguien a quien queremos y llenarnos de cosas ricas. Exactamente lo contrario a lo que estarás haciendo tú, para que me entiendas mejor. Espero que cuando llegue encuentre tu tarea hecha y que me sienta orgulloso de todo lo que detoné en ti. Piensa en mí, yo no lo haré. Ya te dije, ando en otra.

lunes, 20 de noviembre de 2006

La Pris está triste.

El amigo Centeno me preguntaba a raíz del post anterior por Pris, la más hermosa de las replicantes de Blade Runner; la preciosa novia de Roy, con quien formaba la última pareja de Nexus 6 que tan desesperados estaban por eso mismo que nos angustia a los humanos: tener un poco más de tiempo. Sólo eso.

No saldré aquí con una clase de cine, ni con la cita de una retahíla de datos que poco importan y que mucho mejor se encuentran en http://www.imdb.com/. Pero confesaré, ya que la pregunta de Centeno me ha vuelto sembrar la imagen en la cabeza, que vi a Daryl Hannah -la misma que hizo de sirena en Splash, la misma que se cayó a golpes de kung-fu y a lucha de katanas con Uma Thurman en Kill Bill- hace unos cuatro años en un festival de cine congelado entre las montañas de Utah, y les diré que ella estaba triste.

Fundamentalmente eso, triste. Nos tocó conversar en una entrevista de quince minutos en la que no fue para nada diva, ni descortés. No fue tampoco especialmente agradable ni lúcida. Yo diría que estaba agotada, que estaba ausente; pero sobre todo que estaba con el alma hecha un nudo. Con esa belleza translúcida, casi espectral, que les surge de adentro a las mujeres tristes, que les hace temblar casi imperceptiblemente el labio inferior, que se les desborda por los ojos aunque ni una lágrima asomen.

Me pegó mucho verla así, a ella, mi pobre sirena de la infancia con sus cabellos rubios y sus posaderas de ensueño, amor imposible de mi adolescencia capaz de sumergir los dedos en agua hirviendo para sacar un huevo sin quemarse; me dieron ganas de abrazarla y creo jurar –si acaso la memoria no me ha jugado ya una trampa y lo esté inventando- que al final del encuentro después de estrecharnos las manos nos abrazamos un ratito, y además por un ratito más de lo normal.

- ¿José, verdad? Gracias, José- me dijo al despedirnos con un español tan perfecto que parecía fingido.

Y yo quedé convencido de que esas gracias no eran por la entrevista.

Me quedé con unas ganas enormes de estar solo, de salir a caminar por la nieve, en medio de ese pueblo fantasma asaltado por sus 15 días de fama en el que me la pasé fatal.

- ¡Verga, chamo, qué fumada que estaba Daryl Hannah!- alcanzó a decirme (con toda la poca felicidad de la que era capaz) apenas cruzamos el umbral, con su voz agudísima y su risita rastrera, el tipo que me habían impuesto por compañero para ese viaje.

- No sé si fumada, pana, y la verdad poco me interesa. Yo la vi fue cansada. Y triste. Muy triste.

jueves, 16 de noviembre de 2006

Sugerencias para un androide.

A mí el tema del fulano androide de Johnny Walker me ha pegado. Yo, humano, que me aprendí de memoria las tres leyes de la robótica de Asimov antes que la tabla de multiplicar del 9; yo que andaba leyendo a Brian Aldiss justo antes de entrar al examen de “Memorias de Mama Blanca”. Yo, único mortal que le pasa al lado al androide -gigantesco desde la valla, con su cabeza destapada llena de lucecitas y su mirada reflexiva perdida en el vacío- y lo saluda: “epa, panita, cómo anda la vaina”. Pero lo saludo como con pena, con esa misma sonrisa con la que uno trata de solidarizarse con un pana a sabiendas de que la está cagando. Y cuando ya he avanzado unos metros y lo he dejado atrás repito para mí mismo una de estas tres cosas: “yo sigo sin entender” o “¿y qué tendrá que ver esto con tomar whisky?” o “¿pero cómo con algo tan bueno se puede hacer esta soberana mierda?”.

Y a mi pareja la tengo podrida ya con la preguntadera ansiosa, infantil, a ver si me explica. “No sé, José Santos (así con los dos nombres) no tengo idea. Supéralo, chico. Pusieron al androide a decir esas bolserías porque les parecía chévere y ya. No te lo tomes como un asunto personal, nadie te está saboteando tus memorias de infancia. Punto”. Y yo sigo mi camino apaleado, confundido, repitiéndome las mismas tres cosas.

En la cola por la autopista me topo una y otra vez con esta campaña absurda, monumental, omnipresente, eso que tiene un giro como de Paulo Coelho escribiendo ciencia ficción:

“Yo tengo visión perfecta… tú puedes ver el futuro”.

“Yo no siento miedo… tú puedes vencer tus temores”.

Llego al trabajo y armo foros de discusión con los colegas. Interrumpo cualquier tarea importante que estén haciendo y los pongo a ver el video en la página web: www.theandroid.com , tomo nota de sus conclusiones, las tabulo, hago segundas vueltas, nuevos focus group, gráficos de barra y de torta. Al final llegamos todos, con los cerebros marchitos y las lenguas apelmazadas de decir tantas sandeces, a las mismas conclusiones: “yo sigo sin entender”, “¿y qué tendrá que ver esto con tomar whisky?”, “¿pero cómo con algo tan bueno se puede hacer esta soberana mierda?”.

Así que aquí van mis propuestas para el Androide, para que respetando el espíritu de la campaña (me gusta esto de hablar de espíritu y androide en la misma frase y al mismo tiempo), el pana diga cosas que de verdad tengan correspondencia con el noble acto de echarse palos:

“Tú siempre puedes decir a la mañana siguiente: ¡Coño, qué pasó… pero si esta tipa estaba muchísimo más buena anoche! (claro después de beberte 8 embellecedores). Yo en cambio estoy siempre clarito en que me estoy yendo con la más fea”. (Machista)

“Yo puedo beber litros de whisky sin rascarme y sin que me dé resaca… pero no tengo idea de a qué saben esos calditos de pollo mata ratones que hace mamá”. (Huérfano)

“A ti el whisky te desinhibe, te pone chistoso y ocurrente… yo en cambio me puedo tomar dos botellas y sigo igualito de ladilla, sin sal ni para un huevo”. (Resentido)

“Tú siempre podrás dejar de pagar las cuentas y gastarte los últimos ahorritos para comprarte una botella de Black Label y tragártela hasta morir del coma etílico o del ratón… yo en cambio tengo que mamarme la revolución bonita siempre sobrio y además eternamente – coño de la madre, porque soy inmortal-. (Político)

Este ha sido un aporte gratuito en pro del respeto y la sana convivencia entre humanos y robots.

lunes, 13 de noviembre de 2006

La Feria Rojísima del librito.

Con la participación especial de Cantinflas, como el “Che”.


De las primeras cosas que uno ve, allí justo en el centro del patio, es una bandera cubana monumental, titánica. Metros y kilos de trapo colorido y brillante. Como si un gigantesco cosmonauta cubano hubiese coronado un cráter desierto después de descender de su nave (made in CCCP), y lo hubiera decretado colonia de la Isla bajo el nombre bautismal de “Mar de la cultura Revolucionaria” (así, con la c pequeñita pero con la R en altas altísimas).

La bandera venezolana no está en la feria. Debe ser que el presupuesto para la tela se les fue todo en la cubana, que al final, quién lo duda, es la más importante.

Hacia el fondo a la izquierda, por el angosto camino que lleva hacia el Pabellón Infantil, cerca de esa suerte de mausoleo poblado de gigantografías del Che, me topé con la imagen que precede a estas líneas. Y no pude evitarlo: primero, no pude evitar pensar que el tipo de la foto era realmente Cantinflas; y segundo, no pude evitar tomarle una foto.

Me pareció una metáfora contundente de la revolución rojita. De tanto manosearle el nombre al Che, de tanto que lo han mal utilizado, de tanto que le han mal leído y malinterpretado las ideas, lo acabaron convirtiendo en una caricatura de sí mismo. Ese Che Guevara tiene cada vez más de Ronald McDonald’s y se parece un montón a Mario Moreno. Es un chiste de sí mismo. Y lamentablemente no es un buen chiste -como de seguro lo hubiera hecho Cantinflas-, el chiste revolucionario es malo. Es una broma de pésimo gusto que no da risa. Nada nadita. Además es un chiste acomplejado que se pone aún más bruto cuando se percata que nadie ríe. O peor aún, cuando te amenaza con que la risa es obligatoria y por decreto.

Mi padre decía, por allá en los años 70 de mi niñez, que Latinoamérica era un planeta poblado de líderes payasos; pero más peligrosos aún era esa raza que irrumpía de vez en cuando: la de los payasos líderes. “Esos son los más tristes, los más trágicos de todos los payasos, pues se han olvidado de que su único talento es el de provocar algunas risas”.

Mientras tomaba la foto de Cantinflas (en su papel del Che) escuchaba de fondo musical a un individuo vestido de batola blanca, collares multicolores de santero, afro estilo Pablo Milanés 1967, con ese discurso revolucionario que tiene tanto de budismo light salpicado de retórica de ultraizquierda, ese sancocho de autoayuda cargada de reconcomio; el tipo con su micrófono a todo vatio adoctrinaba a 30 niñitos de una escuela para que corearan: “De esta mitá, pa’ acá gritan José… y desta mitá pa’llá gritán Martí ¡Vamos, más juelte que no se joye: Joséeeeee Martíiiiiiii!”.

Salí de la Feria bordeando una cola gigantesca de horas a pleno sol que hacían para llevarse de regalo “Los Miserables”. Pensé una vez más en la inmensa ironía que ello encerraba: Esta es la cola de Los Miserables. Decidí escapar del sitio sin nada más entre manos que la foto de Chantinflas. Y entonces logré escuchar en plena fuga una última perla: “Que se esperen en su cola, que todavía no los van a empezar a regalar porque quieren que haya más público”.

Oh, sí, viejito, corren tiempos de payasos líderes. Tomándose en serísimo sus propias mamarrachadas.

miércoles, 8 de noviembre de 2006

De la calidez de ciertos inviernos.


Podría dar fe, ahora que lo veo desde arriba y a la distancia, de que en diciembre del 2003 yo fui el segundo o tercer hombre más triste del mundo. Un cúmulo de desdichas se me amontonó durante ese invierno hasta convertirme en una versión trapito de mí mismo. Era ese tipo cabizbajo y meditabundo que iba pateando la latita al fondo del callejón.

Mis amigos –que no son pendejos, aunque yo me empeñe en pensar lo contrario- decidieron que bajo ninguna circunstancia me iba a quedar solo en casa lamiéndome las heridas. Me secuestraron la noche antes de navidad, me montaron con ellos en un autobús rumbo a Pamplona y se dieron a la tarea de llenarme la vida de actividades insólitas. Y la cabeza de esa materia risible e inofensiva que a veces compone a la felicidad.

Nos quedamos en casa de Elia, una excelente amiga vasca que perfectamente pudo haber nacido en Maracaibo y a quien yo llamaba “la vasca-maracucha”. Ella, aunque no entendía muy bien el mote, se reía a carcajada limpia, me decía: “Chamo, eres un imbécil integral”, entre risotadas superlativas como ella misma. Elia es un exceso, un volumen de personalidad: para comer, para beber, para hablar, para reír, para trasnochar, para fumar, para gastar, para invitar.

Durante días nos llenamos de comida, de bebidas, de humo, de conversaciones, de música. Afuera hacían unos 2 grados con nieve, mientras adentro impusimos “El verano de la Comarca”. Construimos un microclima aparte con la calefacción a toda marcha sumada al calor despedido por quince cuerpos bebiendo, comiendo y fumando en la misma habitación.

Cierta noche, alguien -si mal no recuerdo sería Gonzalo, el novio de Elia- se apareció en casa con Battle Royale, una joya de película que debería ser materia obligatoria en toda escuela de cine y literatura del mundo. Nos embutimos todos en el cuarto de la televisión, nos apertrechamos con litros de vino y pacharán (un licor de frutos del bosque típico de Navarra al que me hice adicto) y nos devoramos esa curiosa película que hizo Kinji Fukasaku a los 70 años, tres años antes de su muerte.

El film va de un nuevo programa de educación que supuestamente instauran en Japón para que los adolescentes aprendan el valor de las cosas. La juventud se ha vuelto tan frívola y descerebrada que los mayores están decepcionados. No basta con llegar a adulto sino que hay que merecerlo. Así que tropas toman por sorpresa un salón de clases de niños de 16 años, los abandonan en una isla y a cada uno le dan una mochila con un arma. Tendrán un día completo para matarse entre sí y sólo puede sobrevivir uno. El ganador de Battle Royale es el único que merecerá llegar a viejo.

Battle Royale es una especie de película gore con litros de sangre manchando la lente, cabezas que estallan, cuchilladas y ráfagas de tiros; pero hay mucho de telenovela también, mucho de reality show con problemática adolescente, todo eso con un sarcasmo cuya elegancia y contundencia rayan en lo exquisito.

Yo estaba absorto en la película, paladeando mi octava o novena copa de pacharán, sumergido en este mundo delirante que se me abría dentro y fuera de la pantalla, cuando entonces giro la cabeza para comentarle a mi querida amiga Alejandra –una mexicanita entrañable que de lanzarse en su México natal a un concurso de dobles de Björk llega, cuando menos, de finalista-:

- Joder, Ale, qué película tan loca ¿no?

A lo que ella -volteando hacia mí para mostrarme una densa película de sudor que le forraba la cara como si fuera un bollito de pan cubierto con papel parafinado recién sacado del horno- responde:

- ¡Híjole… y qué calor que hace; está cabrón, güey!

Me estuve riendo un año completo. Tanto que cuando llegó el invierno del 2004, y mi madre y mi hermana me fueron a visitar, yo les puedo jurar que ese diciembre ya yo estaba preparado para convertirme en el cuarto o quinto tipo más contento del planeta.

domingo, 5 de noviembre de 2006

El otro lado de la fuerza.


Están Luke Skywalker y Darth Vader enfrascados en el clásico combate de espadas láser y en eso Vader da un paso atrás, apaga su láser rojo (rojito), se guarda el mango en el cinto.
- ¡Defiéndete, cobarde! ¿qué te pasa que no luchas?- dice Luke blandiendo amenazante su láser verde.
- Luke, dejemos de pelear, mira que tengo algo mucho más importante que decirte- responde Darth Vader mientras se acerca y coloca una mano sobre el hombro del chico.
- ¿Qué me vas a decir… acaso que eres mi padre?
- No seas idiota, Luke, por supuesto que eres mi hijo. Eso lo sabe toda la galaxia. Lo que te tengo que decir es aún más preocupante.
- ¿Será que me vas a decir que la princesa Leia es mi hermana?- exclama Luke con emoción infantil y finalmente guarda el arma.
- No, Luke. Lo que te quiero decir, realmente, es que estamos perdiendo.
- ¡Claro, porque el mal nunca podrá vencer, porque el lado luminoso de la fuerza siempre vencerá al lado oscuro!- grita Luke haciendo gala de toda su sabiduría.
- Hijo, no estás entendiendo. Una vez más no entiendes nada- Vader insiste con tono de franca preocupación -Nos estamos jodiendo todos. Los buenos y los malos. De esta vaina se están apoderando los mediocres… algo que habremos de llamar el Lado Imbécil de la Fuerza se está robando el protagonismo de la película.
- ¡No, me quieres engañar, no podrás hacerlo! Quiero pruebas- exige el joven Skywalker
- Claro que sí, Luke. Escucha a tu padre que estas son pruebas irrefutables de que el lado absurdo de la fuerza existe…

Y entonces el gran Darth Vader enumeró las siguientes razones para probar cómo se manifiesta el lado cretino de la fuerza (ante las cuales el joven Skywalker no tuvo otra opción que callar y creer):

1) La gente cree que Tarek William es poeta… (y que Luis Fernández escritor).
2) 8 años después aún hay gente que sigue delirando por Chávez.
3) Y todavía hay miles que no saben si van a votar, ni para qué, ni por quién.
4) O hay gente que se decidió a votar por Chávez (con camisa azul azulita) porque se convenció de que él lo está haciendo por amor amorcito.
5) Los jóvenes juran que el reggaeton es música.
6) Y los de España que Carlos Baute es cantante (y además de los buenos)
7) Todavía hay algunos que esperan encontrar algo bien hecho y sorprendente cada año cuando publican al ganador del concurso de cuentos de El Nacional.
8) Muchos argentinos, uruguayos y chilenos son fanáticos de Chávez… no se han dado cuenta de que el tipo es milico-miliquito.
9) Carlos Azpúrua ahora hace comedias románticas; porque para él ahora sí que las cosas están chéveres y ya no hay razón para hacer cine social.
10) Los estudiantes de la UCV ya no protestan, no lanzan ni una molotov, no cierran la autopista ni cinco minutos. Es que ahora los estudiantes están con el gobierno.
11) Algunos juran que aquí hay una revolución cultural (y hasta Ministerio de la Cultura).
12) Y hablando de cultura: Los Cisneros siguen dictando la pauta en la materia, a todo nivel.
13) Cristo, Marx, El Ché, Fidel, Bolívar, Miranda, María Lionza y la Virgencita caben en el mismo saco ideológico sin ningún problema.
14) En Nicaragua están a punto de votar por Daniel Ortega.
15) El cajero del Farmatodo de La Boyera es un morenito de metro y medio que lleva una esvástica tatuada en la mano. Así de fácil.

viernes, 3 de noviembre de 2006

Ahogando sus penas...

Inspirado en International Space Station II de Figurine


Hacía días que lo venía notando extraño. Aún más raro y distante que de costumbre. Silencioso, especialmente irritable. Finalmente, y con gran pesadumbre, como si un problema de descompresión estuviera obligándolo a sentir todo el peso de la gravedad encima, Él se acercó y tomó asiento. Interpuso una gran copa de vino entre sus cuerpos, tan grande y larga como la cara de circunstancias que traía.

Él: ¿Recuerdas qué día dejamos la Tierra? Para mí han sido milenios, millones de años.

Ella: Son exactamente 3 años, 2 meses, 14 días, 13 horas, 7 minutos. El mismo tiempo que tenemos conociéndonos. Lo sé porque es el mismo tiempo que llevamos amándonos.

Él: Pero es tiempo suficiente también para serte honesto: me gustan los humanos más que las máquinas.

Ella: Yo hubiera esperado que no hubiésemos llegado tan lejos para escuchar eso.

Él: Pero si quieres te ofrezco que seamos amigos. En honor a todo lo que nos quisimos

Ella: Pues no. Antes de verte con otra prefiero verte flotando solo en medio del espacio.

Pero antes de que ocurriera una escena lamentable de celos él se apresuró en vaciar la copa. Rápidamente y con movimiento preciso se la arrojó encima. Dejó que cada gota de vino helado le enchumbara los circuitos, le ahogara la tarjeta madre, se escurriera por esas mismas rendijas que segundo antes respiraban amor puro por él.

La estuvo contemplando hasta que su último bombillo se apagó.

Se sintió libre. Empacó. Presionó sonriente el botón rojo de “volver a casa”.


martes, 31 de octubre de 2006

Las nuevas tortugas


Me senté a leer sobre la arena de la playa de Barceloneta, la más sucia de toda la ciudad, en un invierno tímido con buen sol.

Al principio lo vi como un objeto oscuro flotando a unos diez metros de la orilla y lo pensé un pedazo de madera a la deriva. Pero cada vez se fue acercando más a la playa. Cerré el libro y me acerqué a mirar. Nadie más había reparado en esa figura con caparazón que nadaba con intenciones de desovar en plena Barceloneta.

Se habría perdido, pero el mandato del instinto le hizo buscar la primera playa para dejar sembrada su herencia.

Salió del mar y recorrió con lentos pasos la distancia entre el agua y mis pies. Y con gran convicción -yo diría que prehistórica- empezó a cavar profundo en la arena.

Apartaba enérgicamente en su propósito colillas de cigarrillos, jeringas usadas por los heroinómanos del alba, restos de heces, orines, vómitos de borrachines nórdicos, residuos de porro, botellas vacías de vino, acaso algún dedo mutilado.

Nada la detuvo, ante nada se amilanó.

Qué cosa tan hermosa como grotesca. Me pregunto qué tortugas mutantes irrumpirán desde esas cáscaras. Seguro que serán otras tortugas, condimentadas con la escoria de la urbe decadente. Serán tortugas, ciertamente, pero creo adivinar el nacimiento de una nueva especie de supervivientes.

Igualita a la nuestra.

sábado, 28 de octubre de 2006

Dictado


Salgo al jardín a fumarme un cigarrillo sin ganas. Hace semanas que no escribo ni una miserable línea, que todo lo que hago me parece una soberana idiotez. Tengo el cerebro seco, como si ya hubiera asumido que sólo sirve para ser esa máquina a mil sandeces por segundo que es lo único que sabe y puede ser. Y cuando eso pasa sólo se me ocurre fumar. Fumar aunque haya dejado de fumar. Aunque ni siquiera tenga ganas de volver a fumar.

Me recuesto en una silla con todo el sol en la cara y me dejo estar. Oigo a mis jóvenes vecinos en el patio de al lado. Forrados de negro, maquillaje blanco sobre el rostro, gruesos lagrimones hechos con delineador entristeciendo sus ojos. Alguna vez, hace un tiempo, les pregunté por qué vestían así. Me dijeron: “somos darkies, estamos de luto porque el mundo se ha muerto, ya nada tiene sentido. Sólo el duelo y la tristeza por todo lo que perdimos”. Sonreí. No dije nada, simplemente pensé: “Todo se repite. Es la misma respuesta que hubiera dado yo a la misma pregunta hace treinta años”.

Lanzo la colilla que echa chispas al chocar contra la pared. Me asomo sobre el breve muro que separa ambos patios. Los veo muy ocupados colocando sobre el césped unas telas enormes donde círculos y espirales de colores están pintados a mano. Toman medidas, acomodan los dibujos, aplanan las telas, miran al cielo, asienten con nerviosismo. Los saludo, pregunto qué hacen. Me responden: “Hemos recibido el mensaje de que en esta zona vive un escritor. Gracias a estas señales Ellos sabrán que es aquí. Vendrán desde el espacio a dictarle telepáticamente un libro maravilloso que lo cambiará todo. El mejor de los libros jamás. Él lo escribirá pensándolo suyo, sin sospechar que son Ellos sus verdaderos autores”.

Vuelvo a casa aún más fastidiado que antes y sin siquiera despedirme. Estos idiotas ni siquiera imaginan que yo escribo. Me siento frente a la máquina y espero que una voz prodigiosa desde el más allá comience el dictado. Pero nada. Se pasan los minutos y la página sigue en blanco. Me aburro mortalmente y para matar el fastidio empiezo a escribir un libro jugando a que alguien me lo está dictando desde el espacio exterior:

“Salgo al jardín a fumarme un cigarrillo sin ganas”.

jueves, 26 de octubre de 2006

El chamo Khonnor

Khonnor con su máscara de cachos hecha en casa.

Frank Zappa, quien era loco y genial hasta para responder a los periodistas, dijo alguna vez: “No creo en la crítica musical, escribir sobre música es como danzar de arquitectura”. Y a mí, en lo personal, la frase me hizo mella. Me cuido muchísimo de no sucumbir a la tentación de arruinar con palabras esa esencia intraducible que algún otro, con otro talento muy distinto, logró hacer sonar.

Sin embargo, este chamo llamado Khonnor lo merece. Así que con el permiso de Frank Zappa eventualmente yo me abro espacio para echar un pie sobre algunos edificios magníficos.

Conor Kirby-Long tiene hoy 18 años, cuando sacó su primer disco “Handwriting” tenía 17 y cuando comenzó a hacerlo tenía 15. Se pasó 2 años encerrado en su cuarto de adolescente de Vermont con una guitarra, una vieja computadora de finales de los 90, un micrófono desfasado, escribiendo con toda la sinceridad y la tristeza del mundo las trece canciones más desgarradoras que alguien haya producido en años.

“Handwriting” a lo mejor no fue escrito a mano, pero sin duda sí con las uñas, con los huesos y desde el estómago. Y cuando uno lo escucha se asusta por todo lo oscuro y denso que algunos jóvenes llegan a ser en silencio. Khonnor no es un virtuoso, es más bien sencillo, casi minimalista, algunos dicen que “ingenuo”; pero es meticuloso y perfeccionista en los detalles. Quiere que el pequeño ruido polvoriento suene tal cual como lo imagina en su cabeza. Así se le pasaron dos años en una habitación hasta que por fin abrió la puerta y salió el jovencito con un disco.

Escucho a Khonnor y siento tanta fascinación como vértigo. Creo que se debe a eso que llamo el “Complejo de Rimbaud”; me imagino que debe ser brutal llegar a los 17 con una obra tan sólida entre manos, con algo tan vivo y tan caliente que es como si te hubieras arrancado el corazón con los dedos en el proceso. Es como si desde muy joven te rindieras y dijeras: “nunca más podré hacer algo mejor que esto en la vida”. Pienso en Rimbaud y espero que el chamo Khonnor no decida el año que viene desaparecer “porque ya no tengo nada más qué decir al mundo”. Y sólo sepamos de él porque se dedicó al tráfico de armas, de órganos, o porque tomó en vez de su guitarra una escopeta y se fue a ajustarle cuentas a Megan (la misma rubia del colegio que le rompió el alma durante la grabación del Handwriting). Me da tristeza adelantarme al momento en que Khonnor decida no estar más.

Me da vértigo también imaginar la de Khonnors que nos estamos perdiendo justo en este instante, la de chamos geniales de quienes jamás nos enteraremos porque el mundo está demasiado ocupado escuchando la opinión experta y sublime de John Secada en un Latin American Idol.


Khonnor - Dusty

No es lo mejor de Khonnor pero es lo único que conseguí en video para compartir. Khonnor en un cementerio... curiosamente.

martes, 24 de octubre de 2006

Robertico, dale tú por mí


Autorretrato hecho por el mismo Robert Smith de The Cure

El amigo German Herrera, mejor conocido como El Sr. de los Monos, me ha propuesto una tarea que me ha puesto a sudar tinta. Tinta de varias densidades y colores. El juego consiste en responder un cuestionario utilizando solamente nombres de canciones de una misma banda. Tuve que echar mano a mis viejos discos de The Cure, tuve que verle la cara de nuevo a mi pana Robert Smith, quitarle decenas de kilos, metros de arrugas, varios centímetros cúbicos de papada, sonreír ante esos mismos cabellos de punta a los que en otra época tuve franca devoción. Sorprenderme con lo joven que era él y lo niño que fui yo. Y una vez más le tuve que dar gracias por encontrar las palabras justas para decir exactamente eso que sentíamos pero que yo no hallaba manera de decir.

Me toca notificar a otro amigo Roberto, éste de apellido Echeto, que le hago entrega del testigo; quizá porque desde ya me estoy relamiendo con sus respuestas, anticipando que algo de Rush, Judas Priest o Dio pueda asomarse por allí. Y también le entrego esta perla a mi querida Meditadora Ociosa, a ver si reaparece, que últimamente de tan silenciosa que anda pareciera estar más de ociosa que meditabunda.

Ahora sí, Robertico, hermanazo... libra tú por mí.

  1. ¿Eres hombre o mujer?
    Soy “The Drowning Man” (del disco Faith)
  2. Descríbete
    Especialista en “To Wish Impossible Things” (del Wish)
  3. ¿Qué sienten las personas cerca de ti?
    Me imagino que algo así como "A Short Term Effect" (del Pornography)
  4. ¿Cómo te sientes?
    "Out Of This World" (del Bloodflowers)
  5. ¿Cómo describirías tu anterior relación sentimental?
    "Disintegration" (del Disintegration)
  6. Describe tu actual relación amorosa
    Alguien que me haga la pata de gallina porque necesito hacer una raya en el techo: “Just Like Heaven”, por fin (del Kiss me Kiss me Kiss me)
  7. ¿Dónde quisieras estar ahora?
    en "Fascination Street" (del Disintegration)
  8. ¿Cómo eres respecto al amor?
    Entregadísimo como si estuviera “Where The Birds Always Sing” (del Bloodflowers)
  9. ¿Cómo es tu vida?
    ”A Forest” –pero uno bien tupido- (del Seventeen Seconds)
  10. ¿Qué pedirías si tuvieras sólo un deseo?
    Me preocupan los últimos deseos…
    “Why Can’t I Be You?” (del Kiss me Kiss me Kiss me)
  1. Escribe una cita o frase famosa
    Me perdonan la insistencia pero... “To Wish Impossible Things”
  2. Una despedida
    ”Maybe… Someday” (del Bloodflowers)

viernes, 20 de octubre de 2006

Y tú ¿qué tan atractivo?


A mí los indigentes siempre me dieron un poco de miedo. Me imagino que fue por aquello que me tocó ver un domingo, siendo niño, cuando regresábamos mis padres y yo de visitar la Librería Suma andando por el boulevard de Sabana Grande. Veníamos ya a la altura de Chacaíto, por el cine Broadway, cuando en eso vimos a un indigente salir enfurecido de un callejón a la derecha, y sin ton ni son, de sorpresa, le ha encajado un bofetón arranca cabezas a la señora que caminaba justo delante de nosotros. La señora se fue al suelo, papá ayudó a recogerla, mamá dijo: “un loquito”, yo vi al tipo alejarse todo silueta sucia siguiendo su camino, vista al frente, con paso tranquilo como si nada hubiera pasado.

Muchos años después descubrí que el homeless es uno de los temas recurrentes en las novelas de Paul Auster. Y me contagió esa fascinación que tiene por indagar qué exactamente puede haberle ocurrido a una persona para que rompa de manera tan radical con la vida que llevaba hasta ahora, con la sociedad, consigo mismo, hasta convertirse en sujeto callejero. Ese individuo que alguna vez fue el vecino de al lado, que se fue haciendo más y más huraño, que de pronto salió de su casa obsesionado por hallar una verdad y se fue quedando en la calle, habitando el contenedor de basura al fondo del callejón, comiendo aquello que los demás ya no han querido comer, armándose con retazos ajenos -y con capas de desechos encontrados por allí- una nueva identidad.

En Chicago, en el 221 de la calle Dearborn, zona norte, queda un hotel cuyo nombre no logro recordar. Y al lado del hotel hay un callejón sin nombre donde vive Mark. La primera vez que se me acercó estaba yo esperando un taxi y conversando con Anthony, el portero del hotel -un negro americano típico que bien podría tener una banda de hip hop pero que optó por ponerse un traje de botones y aprender más del cine de Almodóvar y de Eliseo Subiela que cualquier crítico sesudo-. Veo con el rabillo del ojo que se acerca el indigente, con paso sereno, arrastrando capas y capas de ropa mugrienta, bebiendo una pepsi en lata que alguien más había sorbido previamente. Me pongo tenso, cierro el puño dentro del bolsillo y aprieto contra la palma un montón de monedas. Seguro que viene a pedir limosna, o a soltarme un golpe al que me pienso adelantar. Porque en esos instantes, a la hora de la chiquita, mandan los recuerdos infantiles sobre cualquier lectura amigable de Paul Auster.

-What’s up, Mark? – saluda Anthony.

Pero Mark no sabe, no contesta. Soy yo quien le interesa. Y entonces me dispara con todo su aliento matutino la gran pregunta:

-Hey, you… Do you feel attractive?

Yo me quedo congelado. No sé qué responder. No tengo una respuesta para eso. Me imagino que la respuesta obvia es no. Aunque no sé, imagino que esa pregunta amerita una respuesta igual de ocurrente, acaso igual de extraña.

- ¡Mira, papá, vente que llegó el gran taxi!- grita Richita ya con un pie adentro. Y una vez más Richard me salva de una de las que no sé cómo salir. Subo al taxi como con culpa, sintiendo los ojos del homeless clavados en la nuca.

A Mark lo volví a ver todos los días que duró el festival. Pero me encargué de evitarlo, de escabullirme. Mientras hacía entrevistas en el lobby del hotel lo veía a él del otro lado del cristal haciendo su propia entrevista. Me imaginaba que a todos abordaba con la misma pregunta: “Hey, you… Do you feel attractive?”. Algunos huían despavoridos, otros se reían, otros daban por respuesta puñados de monedas y billetes arrugados, los más valientes contestaban algo al viento y apuraban el paso.

Solamente vi a Richita conversar con Mark. La única persona con la que sostuvo una conversa tan larga como la longitud del Chesterfield que fumaban. No sé en qué idioma lo hacían, pero charlaban, estoy seguro. Y se reían. Que yo sepa Richard no hablaba inglés y dudo enormemente que Mark machucara el español. Estuve a punto de dejar hablando solo al fastidiosísimo Román Chalbaud que se vanagloriaba de su igualmente fastidiosísima “Pandemonium, la capital de infierno” para salir corriendo a enterarme de esa conversación al otro lado del vidrio que me interesaba muchísimo más. Pero nunca dejé a Chalbaud hablando solo y tampoco pregunté a Richard qué y cómo carajos hablaba con el indigente.

La última vez que me crucé con Mark fue de nuevo en la puerta del hotel. Esta vez el encuentro fue a solas. Se me acercó con una sonrisa confiada, como diciendo “hoy no te me escapas”. Y de nuevo disparó su frase del abordaje.

- Hey you… Do you feel attractive?
- Not really. Just for very special people (La verdad es que no. Sólo para gente muy especial)- Le respondí a manera de chiste. Sonreí, le hice un guiño de ojo.

Se rió con toda la amplitud de su boca, con toda la magnitud de los gruesos agujeros entre sus tres dientes aún en pie. Me despidió con la mano y se internó en su callejón donde aún retumbaban sus carcajadas.

A veces sueño despierto con que me encuentro de nuevo a Mark en un callejón de una ciudad cualquiera, y que me hace entrega de un diario tan sucio como entrañable. Su diario de notas personal. Adentro están escritas con su puño y letra todas las respuestas insólitas que obtuvo a lo largo de la vida con su particular encuesta callejera. Y en la última página seguro estará transcrita su increíble conversación con un tal Richard.

martes, 17 de octubre de 2006

Creerse ciertas mentiras

Escuché a los japoneses de Supercar por primera vez porque alguien me comentó que le componían música para películas al gran Takeshi Kitano. Luego descubrí que la información era errónea, nunca han hecho nada juntos; y poco me importó, pues esa mentira me dio la oportunidad de escribir un cuento –al que quiero mucho pero que nunca me he atrevido a mostrar a nadie- donde un tipo a distancia se encarga de poner a Kitano en contacto con Supercar y convencerlos de rodar juntos un inmenso videoclip argumental de dos horas. Kitano y Supercar aceptan pero con la sangrienta condición de que él sea el protagonista, y de que se inmole en un harakiri real en la escena final de la obra. Condiciones que el tipo acepta con todo gusto. Por franco amor al arte.

Hubo un tiempo en que fui adicto a Supercar. No oía otra cosa; me obsesionaba esa extraña combinación de manga con rock alternativo con música para videojuegos, cantada medio en inglés medio en japonés, en un limbo indescifrable entre lo ingenuo y lo sarcástico. Se me antojaba que era como una mamarrachada sublime.

Y justo en ese tiempo la vida quiso que me reencontrara con alguien. Alguien de quien me enamoré desde los primeros instantes a pesar de hallarme recontraconvencido, más que nunca, de aquella verdad como un templo: “el amor no existe, es un contrato para no quedarse solo, es puro cuento inventado por abuelitas”. Me diría Ella en una de las primeras citas: “los matrimonios son como submarinos, pueden flotar pero están hechos para hundirse”. Desde entonces la música de Supercar se me asemejó a una pareja que se ingenia un universo fantástico en la lucha por tripular un submarino y, sin saber mucho cómo, lo acaban logrando sin ahogarse en el intento.

Hoy vuelvo a Supercar. Alguien ya aceptó ser mi esposa a pesar del cuento del submarino. Hoy estoy fascinado con lo lejos que nos permite llegar eso de creerse tanto ciertas mentiras.


Supercar - Wonderword

jueves, 12 de octubre de 2006

Robando a The Books



Y mientras las estatuas siguen sangrando verde
otros andan diciendo cosas mucho mejores
que las que nosotros nunca podremos decir.

lunes, 9 de octubre de 2006

Final 3D

Comenzaré ofreciendo disculpas. Por hablar de política cuando tan podridos andamos de ella y cuando ella tan podrida está. Por atreverme a dar mi opinión sobre un tema al que suelo escurrirle el bulto. Me disculparé de antemano por la pasión. Por las metáforas. Por no ser ecuánime y razonable como aconseja la intelectualidad. Por no hablar con ese tono y esa sabiduría que blanden magistralmente aquellos elevados que –como dicen los españoles- saben cagar más arriba del culo.

Confesaré desde el estómago, y con toda la emotividad de la que algunos comedidos pretenderán hacerme sentir culpable, que siento a este país enfermo de cáncer. Venezuela es como un paciente con diagnóstico de tumor maligno y tenemos que intentar la vía quirúrgica. Sabemos, además, que operar no es sino el primer paso, que luego vendrá un durísimo proceso de quimioterapia con todos sus efectos colaterales, puede que se requiera algo de radioterapia, tendremos que estar atentos a las metástasis. El 3 de diciembre es la fecha de la cirugía. Nosotros decidimos si nos sometemos al bisturí para sacarnos a Chávez o si decidimos dejar que las cosas sigan su curso natural.

Esto es una final, amigo, como la final del Mundial. Francia contra Italia. No me puedes decir que tú en la final le vas a Argentina porque Argentina no juega. No me puedes decir que a ti te gustaría que ganara Brasil, porque a Brasil lo eliminaron en octavos. La vaina es Italia contra Francia, punto, se acabó. Y si no te gustan ni Italia ni Francia, pues entonces puedes dejar en paz a quienes les gusta el fútbol, a los fanáticos a los que les duele la vaina de verdad. No veas el partido, inventa una parrilla, cómprate los DVDs quemados con la temporada completa de Sex and the City y te quedas encerrado en tu cuarto viéndole la melena a Sarah Jessica Parker.

Si te digo que hay que votar para el Balón de Oro, como mejor jugador del torneo, entre Cannavaro y Zidane, no me puedes decir que a ti te hubiera gustado que lo ganara Figo, o peor aún, un tipo que tuviera la sonrisa de Ronaldinho, con el físico de Beckham, con la magia de Maradona pero que además fuera africano porque el equipo que a ti te cae más simpático es Ghana. No me jodas, panita. Ese carajo no existe, ese tipo no juega. Entonces yo puedo tener dos lecturas de ti: o tú eres un provocador que lo que quiere es hincharme los cojones, o tú eres un ignorante que no aceptas que lo que te corresponde en este instante es quedarte callado porque al abrir la boca lo único que haces es meter la pata para el bochorno propio y ajeno.

Si tenemos que decidir en una final entre Rosales y Chávez no me puedes decir que a ti te parece que lo ideal sería tener de candidato a Mahatma Gandhi, que habría que resucitarlo primero, aunque lamentas un poco que sea tan calvo –que le vendría bien un bisoñé o un injerto capilar-, que te sabe mal que en vez de esa batola blanca sucia no se le ocurra ponerse un flux Armani y que, la verdad, a ti te parece que es como demasiado pendejote, demasiado pacifista, demasiado conciliador, qué le faltan como bolas al flaco ese. Tu candidato súper Gandhi no está en las elecciones, hermanazo, lamento decirte, no tiene ninguna marcha organizada ni plan de gobierno, no lo encontrarás en el tarjetón, nadie lo inscribió en el CNE.

Nos queda votar por uno o por otro. Chávez contra Rosales. Esa es la final. O no votar porque ninguno de ellos te parece que esté a tu altura como elector. Si optas por esto último te recuerdo que en esta final sí que está jugando Venezuela. Esta es la única final del mundial en la que sí nos la estamos jugando, y donde tú defiendes o metes los goles.

Si votas por Chávez ya sabes de qué se trata. Ya sabes cómo son los colores, ya te sabes el discurso y las mañas, ya viste los logros que es capaz de alcanzar en 8 años de gestión, ya sabes para qué sirve el petróleo con sus precios de escándalo, ya sabes para lo que sirve la chequera del presidente cuyos depósitos nos pertenecen a todos los venezolanos. Ya sabes que será más de lo mismo, la misma mierda pero más abundante, a pesar de que él mismo se considere el candidato del bloque del cambio (¿el cambio con respecto a qué, más o menos, acaso este Señor no se ha dado cuenta de que el gobierno desde hace casi una década es el de él?).

Si votas por Rosales prepárate porque con la cirugía apenas comienza la terapia, apenas te sacaste el tumor, falta el tratamiento completo con sus picos y valles; pero acabas de dar el primer paso necesario para curarte. Quizás después de la quimioterapia, de la radioterapia, de las subsiguientes operaciones, quede un cuerpo sano capaz de aguantar decenas de años más. Y un espíritu fortificado capaz de caerse a coñazos dignamente contra lo que se venga.

Yo no creo que la solución para nuestro cáncer sea salir de Chávez y allí se acaba el mal. Pero sacar a Chávez es indispensable para prepararse a vencer la enfermedad. Creo que sacar a un milico violento, bruto y malandro a cambio de un civil que tiene una gestión respetable como gobernador del Zulia es una ganancia indiscutible. Sólo con eso a mí me basta, ya se me inclina la balanza a favor de uno.

Créanme que de ganar Rosales -cosa que yo, optimista e ingenuamente, considero factible si somos lo suficientemente aguerridos e inteligentes a la hora de defender nuestros votos y hacer que se respeten nuestros derechos-, al día siguiente de su proclamación pasaré a formar parte de la oposición. Seré tan fuerte criticando a Rosales y a su gobierno si lo hacen mal como lo hago con el nefasto Hugo y su abominable fascismo de pseudo-izquierda.

Pero ahora, a lo primero -sin medianías, ponderaciones ni altísimas elucubraciones que en estos momentos de la chiquita tan poco aplican-: a operarse el tumor duela lo que duela antes de que sea demasiado tarde.

jueves, 5 de octubre de 2006

¡Tú e bel!


- Mira, papá… eh… ¿cómo se le dice aquí a un jeva que tiene los ojos bonitos? –me pregunta Richard justo en el momento en que la mesonera belga le pone en frente el octavo plato de pasta boloñesa que se come en este viaje.
- Bueno, panita… a ver… le puedes decir: “Vouz avez tres beaux yeaux”.
- ¡Velcia, apá… eso está muy pelúo! ¿No te sabes otra más fácil?
- Bueno, Richita, güevón, dile entonces más bien: “Tu es belle”, que significa “Eres bella” o “Tu es jolie”, que es como decirle “Eres bonita”.
- Ah bueno, esa sí va: “Tú é bel!” y “Tú e yolí”. Más nada, papá – dice Richard y practica una y otra vez en voz alta lo recién aprendido para el jolgorio de los comensales del restaurante.

Transcurrieron un par de semanas más en Bruselas, en las que honestamente nos pasó de todo. Casi se muere Emil, el camarógrafo, con una intoxicación por una sopa de salmón que lo hacía vomitar como Linda Blair en El Exorcista; pero en vez de verdes los chorros eran rosáceos y con tropezones de pescado. Y solamente la valentía de Richita, con el suéter arremangado más arriba de los antebrazos, provisto de un balde con agua caliente, jabón líquido, un cepillo, varias toallas, le echó piernas al asunto, haciendo un cuenco con las manos se metió de cabeza en aquella marea rosada de salmón y bilis y, mientras nosotros arqueábamos a un costado del camino, como torpes espectadores, Richita se hizo cargo. Limpió el carrito de alquiler mientras nos aguantaba la frente para que vomitáramos sin mancharnos la ropa y nos daba a beber sorbos de Coca Cola con limón.

Pero también por culpa de Richita casi nos mata el equipo completo de hockey sobre hielo de Bruselas porque la novia del centrodelantero –o como se llame el que mete los goles en hockey- era la que atendía en la venta de salchichas frente al hotel y Richita se le recostaba en el mostrador a declamarle a todo volumen todo aquello que se sabía en francés: “Tú e Bel, tú eres trés yolí, mamita”. Ella sonreía tímidamente. Y después de media hora de acoso nos dimos cuenta de que el novio de la chica estaba también en el local, oculto detrás de una nevera, llamando por celular a todos sus amigotes para que se vinieran con bates, cadenas, cabillas y pistolas de perdigones a dejar bien clarito quiénes eran los gallos del patio. Corrimos, sí, cobardemente; pero de no haber huido no habría quién les contara ésta.

Sin embargo Richard nos sacó del foso aquella noche en Amsterdam, luego de un encuentro del tercer tipo con una cosa que tomamos en el Kandisnky Coffee Shop. Una breve estadía en los infiernos en la que nos pasamos toda una madrugada perdidos en el laberinto kafkiano de una ciudad malandrísima que se encargó de escondernos el carro, de hacernos caer una y otra vez en el barrio de los yonquis y de mostrarnos su cara más espeluznante.

Pero ese es otro cuento, el cuento es que durante 15 días al soundtrack urbano de Bruselas, junto a las cornetas de los carros, a los gritos de los vendedores ambulantes, al techno que salía disparado a todo volumen y por igual de las tiendas de discos, de cómics o de ropa, se incorporó la voz de Richard que iba disparando a diestra y siniestra su “Tu e bel” y su “Tu es tres yolí”, paso a paso, por puentes, calles empedradas, en la mitad de la autopista, a flacas, gordas, chiquilinas, gigantonas, diosas multicolores, monstruos del averno y cuidado si también en medio de esa confusión a más de un andrógino de cabellos lacios y ademanes afectados.

El día en que nos íbamos ya de ese viaje -que realmente estuvo enmarcado en el género fantástico por miles de otras razones que ahora no vienen al caso- nos quedamos con dinero sólo para pagar el taxi y tomarnos un café per cápita en el aeropuerto. No teníamos dinero ni para pagar el exceso de equipaje, éramos 4 con 14 piezas: monitores, luces, cargadores de baterías, trípodes, cámaras, etc. Nos atiende en el mostrador de Lufthansa una rubia cuarentona, guapa, con los ojos de un azul metálico imposible, pero que se le veía a la legua que mínimo era hija de uno de los nazis más pesados de la SS. Una mujer de hierro de esas que uno teme que si se atreven a sonreír se les parte la cara en trozos o en vez de risa lo que les sale es un gruñido. La rubia inconmovible nos dice en un inglés huesudo con marcadas aristas germánicas que son 225 euros por exceso de equipaje y que si pensamos pagarr en cash o en tarrjeta crrédito. Nos ponemos a negociar con ella, le decimos la verdad, que nos hemos quedado sin un centavo, que somos unos sobrevivientes que casi nos morimos en este viaje, que por favor nos deje montarnos en ese avión y si quiere nos comprometemos a no volver nunca más. Pero la rubia disfruta su momento de poder, nos pide que nos apartemos, que retiremos las maletas, que no hay manera alguna en la que podamos abordar ese avión. Yo insisto, estoy a punto de sacar todas mis tarjetas de crédito a ver si con la sumatoria de todos sus bolivaritos llego por lo menos a los 200 euros. Y no me fijo que Richita ha abandonado su lugar junto a los equipos y como un gato nocturno se cuela tras mis espaldas y le suelta a la gendarme de la SS camuflada con el uniforme de azafata de Lufthansa: “Tú e bel!”. Y yo pensé en ese instante: “Nos jodimos, mi pana, no sólo nos dejaron en Bruselas en medio del invierno sino que además vamos presos”. Y la rubia atónita le dice a Richard: “Excuse me, sir?!”. A lo que Richard responde, señalándose sus propios ojos y luego con el dedo apuntando a los de ella: “Tus ojos… son trés yolís”.

Y, aunque Ud. no me crea, aunque yo mismo no me lo crea todavía, la mujer sonrió. No sólo sonrió, sino que se sonrojó. Se puso coloradita, le brillaron los ojos, le dio un ataque de timidez coqueta, regresó a los 15 años en un nanosegundo y le dijo a Richard con todo candor: “Merci beaucoup, monsieur”.

A lo que agregó en español castizo: “Daos prisa que vais con retardo”. Tomó pasaportes y maletas, no cobró un céntimo. Nos despidió con deseos de buen viaje y sonrisas. Especialmente para Richard.

- Coño, Richita, tú sí eres candela, mi pana. Qué maravilla, de la que nos salvaste –le comento ya en el interior de la oruga rumbo a abordar el avión.
- Claro, Jose… es que tú tienes que pedirla, papá, pedirla siempre. Porque tú no sabes cuándo te la van a dar.

martes, 3 de octubre de 2006

Aquí voy y vuelvo
bañado por la marea
con todo el sol del mediodía fundiéndose sobre la cara
mecido por las olas
de esta playa tan próxima
tan imposible

Lavado por el mar
solos, hechos una masa,
el sol, la playa, yo.
Como en un verano infinito.
Abandonado al capricho de las aguas
abandonado al juego de sus gotas
entregado al espectro de sus reflejos

Por siempre de cara al sol
Flotando sobre las aguas
rendido al borde de la orilla
acunado por la marea
mecido por las olas
que se negaron a soltarme
tan pero tan cerca de esta arena
a la que nunca llegué.




sábado, 30 de septiembre de 2006

SciFi Office


- ¿Qué tal el nuevo trabajo?
- Bien, mucho mejor que el anterior. Aunque a veces me arrepiento de haber renunciado a ese lugar.
- ¿Lo extrañas? Yo juraba que detestabas estar allí.
- Sí, es cierto. El trabajo era horrible, la gente abominable, el jefe un cretino, mis colegas unos muertos en vida, la oficina era idéntica a un campo de exterminio pero corporativo. Y sin embargo… me arrepiento.
- No entiendo, ¿te arrepientes de qué?
- De haberme ido de allí sin que antes se me ocurriera llevarme una cámara oculta, con una cinta de 120 minutos, grabar lo que fuera durante 2 horas ininterrumpidas, cualquier cosa que tuviera que ver con ese mundo y los especimenes que lo habitan. Loco, no hubiera hecho falta guión, ni cambiar un solo escenario, ni invertir un centavo, ni maquillar a un solo actor, ni siquiera un miserable efecto especial; simplemente tenía que hacer un documental de observación, dejar que la realidad fluyera con toda naturalidad frente a la cámara.
- ¿Y qué hubieras logrado con eso?
- Una película de ciencia ficción, viejo. La mejor película de ciencia ficción en la historia de este país. Ciencia ficción apocalíptica.

jueves, 28 de septiembre de 2006

A destiempo y sin saber


- Yo siempre llego tarde – fue su frase introductoria- Me refiero a las relaciones, no a ser impuntual. Yo siempre llego cuando ya el tipo está comprometido con otra o justo cuando ya no quiere saber nada de relaciones- Y apenas terminó de decir su humilde presentación ya se arrepintió. “Qué pésima manera de romper el hielo, con razón estás sola”.
- Ah, mira tú, yo en cambio soy ése que nunca entiende nada. No me entero de nada. Soy siempre el último en darse cuenta, y cuando por fin me doy cuenta, lo poco que entiendo lo entiendo mal –respondió Él tratando de ser solidario y gracioso, pero sintiendo que a medida que salían las palabras de su boca se iba convirtiendo en el tipo más torpe y patético del universo y sus alrededores.

Esa noche se fueron derrotados a sus respectivas casas. En paralelo reprodujeron el mismo performance de autoflagelación. “Qué cagada, qué torpeza, con razón todo acaba saliéndote mal, otra salida más que no te lleva a ningún lado, eres un desastre, qué manera de arruinarlo todo a las primeras de cambio”.

Sin embargo volvieron a quedar para el día siguiente; por no dejar, para jugarse el último cartucho, para sacarse aunque fuera las ganas de los huesos. Y esta vez se fueron juntos y estuvo bien. Igual que al día siguiente que fue mundial. Idéntico al otro día que fluyó aún mejor. Y al otro. Y al otro. Y así durante miles de otros días más.

Ella -en secreto, sin comentarle absolutamente nada jamás- se fue percatando de que la acumulación de tantos delays, esa sumatoria aglomerada durante años de desfases y retrasos, había jugado esta vez a su favor. De tanto llegar a destiempo había por fin logrado enredar al reloj. Por una vez en la vida había llegado justo a tiempo en el momento indicado para llegar.

Él, en cambio, se quedó una vez más sin entender. ¿Qué cosa extraña habría ocurrido en ella para que se fijara en él?

Menos mal que no entiende, ojala no llegue nunca a entender. De su ignorancia pende su buena suerte. En estas cosas, más que en ninguna otra, no hay absolutamente nada qué entender.

viernes, 22 de septiembre de 2006

Mañana es otro día












Escribió Quevedo:
Ya no es ayer; mañana no ha llegado;
Hoy pasa, y es y fue, con movimiento
Que me lleva a la muerte despeñado.

Dijo mi padre:
Mañana es otro día. Y así tituló su penúltima novela.
La mejor que escribió. Joya rara olvidada que hoy noche releo con fascinación.

Deseo yo:
Que acabe este hoy de vértigos. Alucinado, extraño, sombrío.
Que llegue, ahora ya, por favor, mañana.
Y que de verdad sea otro día.

martes, 19 de septiembre de 2006

Experimento y video (Episodio IV: The End, my friends)


Las últimas dos reglas del fulano Experimento decían:

9) El Estado se reserva los derechos de explotación y difusión de las imágenes, sean en vivo o diferidas, de manera parcial o total.

10) El consumo de la obra podrá ser decretado como obligatorio y deberá ser acompañado de una dosis de 600mg de Soma XS inhalable para garantizar su máximo disfrute. (Los precios del combo serán anunciados y modificados a juicio de la autoridad).

Y pasó entonces lo que tenía que pasar. Lo que siempre pasa en el cine y en la realidad, que el régimen cayó. Por justicia divina, por pura suerte, por rebeliones justificadas o absurdas. Cayó porque sí, porque la naturaleza de las dictaduras es caer. Lo lindo es cómo cayó ésta.

Es que te la cuento y te enamoras, me pides matrimonio, que te done esperma, que te monte cachos pero no te deje.

Porque al principio éramos los tres: Cacho, Rita y yo. Y éramos tres sin nada que hacer, fumando marihuana todo el santo día, haciendo de hackers con la computadora, viendo pornos. Bueno, las pornos las veíamos al principio Cacho y yo; pero luego él me dijo que me relajara, que Rita era pana y que se las tripeaba. A mí me dio igual. A mí todo me da igual. Igual, ver una porno, fumar maría y hackear son cosas que se hacen igualito: echado en un sofá y con ganas de dormirte para no despertarte nunca más. Hasta que un día me ladillé de andar tan ladillados -porque de pana que ya estaba ladilla-, y entonces dije: “¿Panitas… y si tumbamos al gobierno?”. Y ellos respondieron: “ah bueno, sí, vamos a darle”.

Armamos el plan, que fue sencillo. Compramos por Internet con unos bonos de la deuda pública nacional unas microbombas K que las venden en el mercado negro malayo. Te las traen por contrabando hasta Nueva Guaira y allí las recibe un Guardia Nacional que te las libera por medio kilo de perico -que no tiene que ser cocaína de la mejor, ése se conforma con una mediocre. Igual ya no tiene ni tabique ese desgraciado de todo lo que se ha esnifado en el puerto-.

Las microbombas K de 10 megatones traen en la caja las instrucciones para implantar. A veces no necesitas ni cirugía. Sólo tienes que abrirte la carne con un exacto o una hojilla allí donde quieres meterla. La dejas caer, ella solita saca las patas, se acomoda en la herida y se ancla debajo de la epidermis. Luego solamente se frotan y ¡pum! Detonan con fricción.

Cacho se metió la suya en el huequito del glande. Rita hizo lo propio en la vagina. Yo me encargué de intervenir la computadora central del Experimento para que los escogidos fueran ellos, es decir, para que el resultado de la ecuación siempre diera a Rita como hembra alfa y a Cacho como su macho. Lo más difícil fue que se acostumbraran a orinar muy despacio y a no acabar jamás; porque bastaba un roce violento para volarlo todo a la mierda en un radio de 5 Km.

El día inaugural del Experimento, en la transmisión inicial de la temporada, convocaron a la plana mayor del régimen a verlo en vivo. Fue hasta el presidente que lo sentaron en un trono de terciopelo rojo sangre. Y todo el país estaba pendiente de sus telepantallas porque había mucha expectativa y se hablaba de una gran sorpresa preparada por los protagonistas para todos.

Cacho y Rita se dieron durísimo. Loco, yo todavía me acuerdo y me emociono -se me paran los pelitos, mira-. Era tal cual como ver una porno en la tele pero con gente que uno conoce bien. Y cuando llegaron fue una cosa absoluta, el orgasmo fue explosivo. Fue un orgasmo real, total, contagioso, con fuegos pirotécnicos pero que no fueron artificiales. Volaron ellos. Volaron todos. No quedó ni rastro en varias manzanas a la redonda.

Y la gente entendió que la Rebelión tenía sentido ahora que tenía mártires. Que ese grito orgásmico era más bien un grito de guerra. La señal que todos esperaban para salir a la calle a repartir mordiscos, patadas, lanzar zapatazos, clavar uñas, arrojar agua y aceite hirviendo por las ventanas. O a sí mismos, de ser necesario.

El único registro en video que se tuvo de este final apoteósico –del Experimento, que también fue el de la tiranía- lo tenía yo. Único en grabar el episodio por saber exactamente lo que iba a pasar. Ahora soy dueño absoluto de un emporio que administra todos sus derechos de exhibición y distribución. Aunque, claro, el 30% de las ganancias van a parar a una obra benéfica que tuve el buen corazón de crear: La Fundación Cacho-Rita por La Paz La Libertad y el Desarme Mundial.

sábado, 16 de septiembre de 2006

Experimento y video (Episodio III)


4ª regla: Bajo ninguna circunstancia (incluida la muerte) se podrán separar durante el lapso del experimento.

Aquella noche en la que la hembra alfa vio por primera vez a su macho quedó fascinada con él. Al macho también le gustó Ella –es posible que más de la cuenta, acaso demasiado-. Ella dijo “ponte cómodo que ya yo vengo”, al tiempo que lo empujó con punta de dedos por los hombros y lo hizo caer sobre la cama.

Se encerró en el baño y tardó, tardó mucho, tanto que Él –“individuo altamente sensible y propenso a la ansiedad”, como rezaba el informe- se dedicó a iluminar con el punto exacto de penumbra la habitación, se desnudó, dobló la ropa en un montoncito sobre la mesa de noche, de motus propia buscó unas esposas ocultas en su bolso de mano, se las ingenió para esposarse al copete de la cama y para dejar la llavecita apretada entre sus dientes. Mientras seguía esperando por Ella calculó la frase justa con la que la recibiría: “Aquí me tienes, mamita, soy tuyo para que me hagas lo que quieras”. Sí, esa estaría genial.

Y por fin salió Ella. Fantástica. Llevando apenas una ligera dormilona que dejaba translucir sus curvas de fruta madura. Él, ante la idea de poder acostarse durante 3 años (sí, el detallito de 36 meses, la minucia de 1095 días) con aquella diosa prodigiosa, con aquella nena de colores, se quedó boquiabierto –mala cosa cuando se tiene una llave entre dientes-. La llave se le deslizó tráquea abajo, aún antes de que pudiera recitar su frase esplendorosa. Murió entre estertores que ella atónita atestiguó sin poder hacer nada desde el umbral. Y sin saber a ciencia cierta por qué ese hombre esposado al copete se atosigaba de tal manera.

Los tres años de experimento transcurrieron en un único plano secuencia. Una toma fija donde se encuadraba la descomposición del cadáver atado a la cama. Que se fue secando, marchitando, colapsando. Proceso directamente proporcional al de la mente -y sobre todo el espíritu- de Ella, quien llena de pánico y frustración permaneció durante todo ese tiempo a su lado. Sentadita en la otra mitad de la cama.

El video fue un fracaso en su transmisión masiva y obligatoria. Hoy día sólo se consigue en versión director’s cut; se ha convertido en una gema del cine de autor tan sólo comparable con piezas de igual extrañeza como “Empire” de Andy Warhol o “Blue” de Derek Jarman.

jueves, 14 de septiembre de 2006

Experimento y video (Episodio II)


La tercera inviolable e incuestionable ley del experimento rezaba:

Ambos estarán en la obligación de formar una pareja, seducirse, convivir de la mejor manera, tener sexo al menos una vez al día.

Cuando Ella lo vio le gustó, mucho. En cambio a él no. No le gustó la hembra alfa, para nada. De hecho, no le gustaban las hembras en general. Había participado en la audición porque era amante y estaba locamente enamorado del productor del experimento. Que casualmente era también Ministro de Justicia y también de Deportes y de la Juventud y Director Artístico del Teatro Nacional –esas cosas se habitúan en el régimen, como en otros-. Pero el poliministro-productor no le correspondía en el afecto; porque él de quien estaba realmente enamorado era del Fiscal, que a su vez estaba enamorado del Canciller-Ministro de la Defensa, que a su vez estaba enamorado del Viceministro de la Cultura y de la Mujer y de Hidrocarburos y del Espacio Exterior –carteras todas afines- y quien casualmente era también el camarógrafo de la cámara 3.

El experimento resultó un fiasco. Hembra y macho alfa acabaron por convertirse en mejores amigas, casi comadres, Ella le sirvió de paño de lágrimas en el despecho monumental que cargó Él durante casi la totalidad de los 3 años de encierro. Al final se pelearon, cosas de amigas que sólo ellas logran entender, aunque a veces ni siquiera eso. En un ataque de rabia quemaron las cintas, se negaron a editar un video donde saliera “la perra esa” –que era como ahora se llamaban mutuamente- así que no hubo video para transmitir.

Es que tres años ininterrumpidos de mal sexo le desgracian la vida a cualquiera.

El video que sí circula -entre los guerrilleros subterráneos que lideran la rebelión y entre las élites del régimen, claro- es el detrás de cámaras que desmenuza la cadena alimenticia de pasiones no correspondidas que involucran al camarógrafo de la cámara 3 y al resto de los excelsos dirigentes del gobierno.

Pero por decreto presidencial ese video no será televisado. No por ahora.