jueves, 23 de noviembre de 2006

Carta a Materazzi (a quien recordaremos tan poquito)


Desde hace algún tiempo vengo recibiendo la consuetudinaria visita de un anónimo a quien le debo reconocer que es uno de mis más asiduos y fervorosos lectores. Su sensible piel de revolucionario se estremece de escozor con las cosas que encuentra aquí escritas; y sin embargo no puede evitar leerme, mucho menos de dejar sus comentarios. Se toma largos minutos, yo diría que hasta horas de su tiempo, para escribir sus misivas henchidas de afecto por el régimen, apasionadas hasta el desgarre, cargadas de aburridísimas lecciones sobre el deber ser del patriotismo, toda una gama de lugares comunes predecibles que en nada vienen a cuento, señalamientos, insultos contra mí y los míos, acusaciones sobre lo malísimamente mal que yo he vivido… y hasta se sabe con detalle mi vida: dónde trabajé, con quién estoy, qué postgrado hace mi pareja, cuál era mi trabajo, etc.

Y como insiste tanto en el anonimato –ya lo decía Wittgenstein que hay sujetos que al arrancarle la máscara se les arranca la cara también- he decidido llenarle el hueco que lleva por rostro con un nombre. Yo te bautizo: In nomine patri et filii et spiriti sanctum como Materazzi.

(Y aquí hacemos una pausa para que puedas echar espuma por la boca y vomitar chorros verdes copeyanos con tropezones de sapo, culebra… y también tucusitos cabalgando ponys sobre el arcoiris porque de pana eres cursi y estereotipado como pocos)

Materazzi, si acaso ni siquiera te acuerdas tú de ti mismo, es el tipo a quien cabeceó Zidane. El mismo que se dedicó durante 120 minutos a insultar más que a jugar fútbol, que se entregó al sabotaje –hay algunos que nunca aprendieron otro tipo de juego, sólo saben jugar así- y con eso quiso maquillar su propia mediocridad, a punta de provocaciones al buen Zidane para que jugara mal. Acabó Zinedine por hacer algo que yo, en lo personal, aún le aplaudo y le agradezco por más que haya terminado en escándalo, tarjeta roja y copa para Italia. Porque ese fue el cabezazo que da un hombre por su dignidad. Aguantó y aguantó al atorrante hasta que el poco feliz Materazzi le nombró a la mamá y a la hermana. Y toma tu cabezazo, punto. Fin de la historia. Porque hay momentos en los que se te agota la tolerancia. Hay instantes en los que uno, por necesidad, deja de ser un personaje y se asume en toda su humanidad por defectuosa que sea. Pienso que se equivocan quienes creen Zidane perdió al cabecear a Materazzi. Al contrario, Zidane ganó. Se hizo héroe al recordar en medio de la final que él más que un futbolista, más que un astro, mucho más que un campeón, era un hombre que con toda justicia marcaba una línea y decía: “Este es mi territorio, a partir de aquí no le acepto a nadie que se meta”.

Entonces, tú, Materazzi, te diré que te he aguantado un rato, te he dejado que des tu comiquita. Que tengamos diferencias ideológicas, venga y pase. Que encuentres sublime aquello que yo encuentro patético y viceversa, pues lo podemos tomar como un halago. Que exijas tolerancia, respeto y apertura mientras te explayas en insultos es ridículo. Y sin duda, que des rienda suelta a tus eyaculaciones mentales (siempre prematuras, aguadas como saliva) aquí en mi patio es algo que definitivamente no me gusta. Pero ya yo veré si te las permito o no, si te las publico o procedo directamente a borrarlas sin leerlas.

Materazzi, los insultos contra mi familia y mi pareja despiertan el peor Zidane que hay en mí. No me importa si eres un tipo de 200 kilos de musculatura encaramado en una aplanadora, puedes jurar que encontraré la manera de romperte la cara. Yo aquí trazo mi línea. No te lo permito, así de sencillo (debes estar acostumbrado a que te prohíban y te obliguen a ciertas cosas, es el espíritu bolivariano, así que no te será difícil entender). Así que si apareces por aquí ya sabes que seré yo el que decida a quien dejo comentar y a quien no. Yo decido cuántos minutos de improperios me calo en mi tierras. Éste, Materazzi, es el blog Rostros de Viento de José Urriola. No es “El blog del insulto fácil y la oda a la gaguera mental de Materazzi”. Monta tu propia bitácora, haz de ella un burdel o un club de swingers, si eso es lo que te provoca. Cuando lo tengas montado me avisas, a lo mejor me animo y me paso por allí a visitarte; aunque, para serte sincero, lo más probable es que no vaya nunca. Porque ando en otras más nobles y felices como para andar visitando a la gente con el único fin de dar rienda suelta a mis complejos y reconcomios. Yo no soy masoquista como tú, Materazzi, yo no voy y vuelvo a los lugares ni me rodeo de la gente que sé que me van a incomodar. He aprendido a evitar ciertas cosas y a nutrirme de otras mejores, a eso se le llama cultivar el buen gusto. Es el arte de alimentarse de personas, sitios, músicas, lecturas e imágenes que te suman, no que te restan.

Pero soy generoso, Materazzi, te voy a dar la concesión a ti -y a los que te traigas- para que aproveches este post y le des barra abierta a toda esa materia roja, viscosa, apestosa y urticante que llevas en las entrañas. Vamos, te doy permiso aquí y ahora para que hagas gala de todas tus capacidades y dejes en evidencia toda la gracia de la que eres capaz.

Te llevarás la copa, Materazzi, te sentirás ganador, mientras a mí me sacan la tarjeta roja (con la complicidad del árbitro que está de tu parte). Pero esa victoria tendrá el gustico del fracaso, a juego fraudulento, te quemará la lengua con el sabor a trampa; y debajo de tu sonrisa de utilería se te notará la mueca de asco, de desprecio por ti mismo. Celebrarás, sí, te sentirás guapo y apoyado… pero estarás condenado por la historia a salir por la puerta de servicio y con una patada en el culo. Lo sabes, lo sabes mucho mejor que yo.

Vamos, Materazzi, recarga tus baterías de odio, es tu última oportunidad, escupe tus cositas venenosas; pero por favor sorpréndenos, dime cosas realmente horribles que por lo menos pueda utilizar en un libro más adelante. Este post es tuyo, papá, tienes mi bendición y mi consentimiento… eso sí, de ahora en adelante ya no respondo. Y no se hable más del tema, muchacho pendejo.




PD: Ah, Mate –perdona la confianza ¿te puedo llamar Mate, verdad? Claro que sí, fui yo quien te dio el nombre- voy a estar de vacaciones toda la semana. Es una costumbre burguesa horrible que tenemos, la de irnos a un lugar agradable, pasarla sabroso con alguien a quien queremos y llenarnos de cosas ricas. Exactamente lo contrario a lo que estarás haciendo tú, para que me entiendas mejor. Espero que cuando llegue encuentre tu tarea hecha y que me sienta orgulloso de todo lo que detoné en ti. Piensa en mí, yo no lo haré. Ya te dije, ando en otra.

lunes, 20 de noviembre de 2006

La Pris está triste.

El amigo Centeno me preguntaba a raíz del post anterior por Pris, la más hermosa de las replicantes de Blade Runner; la preciosa novia de Roy, con quien formaba la última pareja de Nexus 6 que tan desesperados estaban por eso mismo que nos angustia a los humanos: tener un poco más de tiempo. Sólo eso.

No saldré aquí con una clase de cine, ni con la cita de una retahíla de datos que poco importan y que mucho mejor se encuentran en http://www.imdb.com/. Pero confesaré, ya que la pregunta de Centeno me ha vuelto sembrar la imagen en la cabeza, que vi a Daryl Hannah -la misma que hizo de sirena en Splash, la misma que se cayó a golpes de kung-fu y a lucha de katanas con Uma Thurman en Kill Bill- hace unos cuatro años en un festival de cine congelado entre las montañas de Utah, y les diré que ella estaba triste.

Fundamentalmente eso, triste. Nos tocó conversar en una entrevista de quince minutos en la que no fue para nada diva, ni descortés. No fue tampoco especialmente agradable ni lúcida. Yo diría que estaba agotada, que estaba ausente; pero sobre todo que estaba con el alma hecha un nudo. Con esa belleza translúcida, casi espectral, que les surge de adentro a las mujeres tristes, que les hace temblar casi imperceptiblemente el labio inferior, que se les desborda por los ojos aunque ni una lágrima asomen.

Me pegó mucho verla así, a ella, mi pobre sirena de la infancia con sus cabellos rubios y sus posaderas de ensueño, amor imposible de mi adolescencia capaz de sumergir los dedos en agua hirviendo para sacar un huevo sin quemarse; me dieron ganas de abrazarla y creo jurar –si acaso la memoria no me ha jugado ya una trampa y lo esté inventando- que al final del encuentro después de estrecharnos las manos nos abrazamos un ratito, y además por un ratito más de lo normal.

- ¿José, verdad? Gracias, José- me dijo al despedirnos con un español tan perfecto que parecía fingido.

Y yo quedé convencido de que esas gracias no eran por la entrevista.

Me quedé con unas ganas enormes de estar solo, de salir a caminar por la nieve, en medio de ese pueblo fantasma asaltado por sus 15 días de fama en el que me la pasé fatal.

- ¡Verga, chamo, qué fumada que estaba Daryl Hannah!- alcanzó a decirme (con toda la poca felicidad de la que era capaz) apenas cruzamos el umbral, con su voz agudísima y su risita rastrera, el tipo que me habían impuesto por compañero para ese viaje.

- No sé si fumada, pana, y la verdad poco me interesa. Yo la vi fue cansada. Y triste. Muy triste.

jueves, 16 de noviembre de 2006

Sugerencias para un androide.

A mí el tema del fulano androide de Johnny Walker me ha pegado. Yo, humano, que me aprendí de memoria las tres leyes de la robótica de Asimov antes que la tabla de multiplicar del 9; yo que andaba leyendo a Brian Aldiss justo antes de entrar al examen de “Memorias de Mama Blanca”. Yo, único mortal que le pasa al lado al androide -gigantesco desde la valla, con su cabeza destapada llena de lucecitas y su mirada reflexiva perdida en el vacío- y lo saluda: “epa, panita, cómo anda la vaina”. Pero lo saludo como con pena, con esa misma sonrisa con la que uno trata de solidarizarse con un pana a sabiendas de que la está cagando. Y cuando ya he avanzado unos metros y lo he dejado atrás repito para mí mismo una de estas tres cosas: “yo sigo sin entender” o “¿y qué tendrá que ver esto con tomar whisky?” o “¿pero cómo con algo tan bueno se puede hacer esta soberana mierda?”.

Y a mi pareja la tengo podrida ya con la preguntadera ansiosa, infantil, a ver si me explica. “No sé, José Santos (así con los dos nombres) no tengo idea. Supéralo, chico. Pusieron al androide a decir esas bolserías porque les parecía chévere y ya. No te lo tomes como un asunto personal, nadie te está saboteando tus memorias de infancia. Punto”. Y yo sigo mi camino apaleado, confundido, repitiéndome las mismas tres cosas.

En la cola por la autopista me topo una y otra vez con esta campaña absurda, monumental, omnipresente, eso que tiene un giro como de Paulo Coelho escribiendo ciencia ficción:

“Yo tengo visión perfecta… tú puedes ver el futuro”.

“Yo no siento miedo… tú puedes vencer tus temores”.

Llego al trabajo y armo foros de discusión con los colegas. Interrumpo cualquier tarea importante que estén haciendo y los pongo a ver el video en la página web: www.theandroid.com , tomo nota de sus conclusiones, las tabulo, hago segundas vueltas, nuevos focus group, gráficos de barra y de torta. Al final llegamos todos, con los cerebros marchitos y las lenguas apelmazadas de decir tantas sandeces, a las mismas conclusiones: “yo sigo sin entender”, “¿y qué tendrá que ver esto con tomar whisky?”, “¿pero cómo con algo tan bueno se puede hacer esta soberana mierda?”.

Así que aquí van mis propuestas para el Androide, para que respetando el espíritu de la campaña (me gusta esto de hablar de espíritu y androide en la misma frase y al mismo tiempo), el pana diga cosas que de verdad tengan correspondencia con el noble acto de echarse palos:

“Tú siempre puedes decir a la mañana siguiente: ¡Coño, qué pasó… pero si esta tipa estaba muchísimo más buena anoche! (claro después de beberte 8 embellecedores). Yo en cambio estoy siempre clarito en que me estoy yendo con la más fea”. (Machista)

“Yo puedo beber litros de whisky sin rascarme y sin que me dé resaca… pero no tengo idea de a qué saben esos calditos de pollo mata ratones que hace mamá”. (Huérfano)

“A ti el whisky te desinhibe, te pone chistoso y ocurrente… yo en cambio me puedo tomar dos botellas y sigo igualito de ladilla, sin sal ni para un huevo”. (Resentido)

“Tú siempre podrás dejar de pagar las cuentas y gastarte los últimos ahorritos para comprarte una botella de Black Label y tragártela hasta morir del coma etílico o del ratón… yo en cambio tengo que mamarme la revolución bonita siempre sobrio y además eternamente – coño de la madre, porque soy inmortal-. (Político)

Este ha sido un aporte gratuito en pro del respeto y la sana convivencia entre humanos y robots.

lunes, 13 de noviembre de 2006

La Feria Rojísima del librito.

Con la participación especial de Cantinflas, como el “Che”.


De las primeras cosas que uno ve, allí justo en el centro del patio, es una bandera cubana monumental, titánica. Metros y kilos de trapo colorido y brillante. Como si un gigantesco cosmonauta cubano hubiese coronado un cráter desierto después de descender de su nave (made in CCCP), y lo hubiera decretado colonia de la Isla bajo el nombre bautismal de “Mar de la cultura Revolucionaria” (así, con la c pequeñita pero con la R en altas altísimas).

La bandera venezolana no está en la feria. Debe ser que el presupuesto para la tela se les fue todo en la cubana, que al final, quién lo duda, es la más importante.

Hacia el fondo a la izquierda, por el angosto camino que lleva hacia el Pabellón Infantil, cerca de esa suerte de mausoleo poblado de gigantografías del Che, me topé con la imagen que precede a estas líneas. Y no pude evitarlo: primero, no pude evitar pensar que el tipo de la foto era realmente Cantinflas; y segundo, no pude evitar tomarle una foto.

Me pareció una metáfora contundente de la revolución rojita. De tanto manosearle el nombre al Che, de tanto que lo han mal utilizado, de tanto que le han mal leído y malinterpretado las ideas, lo acabaron convirtiendo en una caricatura de sí mismo. Ese Che Guevara tiene cada vez más de Ronald McDonald’s y se parece un montón a Mario Moreno. Es un chiste de sí mismo. Y lamentablemente no es un buen chiste -como de seguro lo hubiera hecho Cantinflas-, el chiste revolucionario es malo. Es una broma de pésimo gusto que no da risa. Nada nadita. Además es un chiste acomplejado que se pone aún más bruto cuando se percata que nadie ríe. O peor aún, cuando te amenaza con que la risa es obligatoria y por decreto.

Mi padre decía, por allá en los años 70 de mi niñez, que Latinoamérica era un planeta poblado de líderes payasos; pero más peligrosos aún era esa raza que irrumpía de vez en cuando: la de los payasos líderes. “Esos son los más tristes, los más trágicos de todos los payasos, pues se han olvidado de que su único talento es el de provocar algunas risas”.

Mientras tomaba la foto de Cantinflas (en su papel del Che) escuchaba de fondo musical a un individuo vestido de batola blanca, collares multicolores de santero, afro estilo Pablo Milanés 1967, con ese discurso revolucionario que tiene tanto de budismo light salpicado de retórica de ultraizquierda, ese sancocho de autoayuda cargada de reconcomio; el tipo con su micrófono a todo vatio adoctrinaba a 30 niñitos de una escuela para que corearan: “De esta mitá, pa’ acá gritan José… y desta mitá pa’llá gritán Martí ¡Vamos, más juelte que no se joye: Joséeeeee Martíiiiiiii!”.

Salí de la Feria bordeando una cola gigantesca de horas a pleno sol que hacían para llevarse de regalo “Los Miserables”. Pensé una vez más en la inmensa ironía que ello encerraba: Esta es la cola de Los Miserables. Decidí escapar del sitio sin nada más entre manos que la foto de Chantinflas. Y entonces logré escuchar en plena fuga una última perla: “Que se esperen en su cola, que todavía no los van a empezar a regalar porque quieren que haya más público”.

Oh, sí, viejito, corren tiempos de payasos líderes. Tomándose en serísimo sus propias mamarrachadas.

miércoles, 8 de noviembre de 2006

De la calidez de ciertos inviernos.


Podría dar fe, ahora que lo veo desde arriba y a la distancia, de que en diciembre del 2003 yo fui el segundo o tercer hombre más triste del mundo. Un cúmulo de desdichas se me amontonó durante ese invierno hasta convertirme en una versión trapito de mí mismo. Era ese tipo cabizbajo y meditabundo que iba pateando la latita al fondo del callejón.

Mis amigos –que no son pendejos, aunque yo me empeñe en pensar lo contrario- decidieron que bajo ninguna circunstancia me iba a quedar solo en casa lamiéndome las heridas. Me secuestraron la noche antes de navidad, me montaron con ellos en un autobús rumbo a Pamplona y se dieron a la tarea de llenarme la vida de actividades insólitas. Y la cabeza de esa materia risible e inofensiva que a veces compone a la felicidad.

Nos quedamos en casa de Elia, una excelente amiga vasca que perfectamente pudo haber nacido en Maracaibo y a quien yo llamaba “la vasca-maracucha”. Ella, aunque no entendía muy bien el mote, se reía a carcajada limpia, me decía: “Chamo, eres un imbécil integral”, entre risotadas superlativas como ella misma. Elia es un exceso, un volumen de personalidad: para comer, para beber, para hablar, para reír, para trasnochar, para fumar, para gastar, para invitar.

Durante días nos llenamos de comida, de bebidas, de humo, de conversaciones, de música. Afuera hacían unos 2 grados con nieve, mientras adentro impusimos “El verano de la Comarca”. Construimos un microclima aparte con la calefacción a toda marcha sumada al calor despedido por quince cuerpos bebiendo, comiendo y fumando en la misma habitación.

Cierta noche, alguien -si mal no recuerdo sería Gonzalo, el novio de Elia- se apareció en casa con Battle Royale, una joya de película que debería ser materia obligatoria en toda escuela de cine y literatura del mundo. Nos embutimos todos en el cuarto de la televisión, nos apertrechamos con litros de vino y pacharán (un licor de frutos del bosque típico de Navarra al que me hice adicto) y nos devoramos esa curiosa película que hizo Kinji Fukasaku a los 70 años, tres años antes de su muerte.

El film va de un nuevo programa de educación que supuestamente instauran en Japón para que los adolescentes aprendan el valor de las cosas. La juventud se ha vuelto tan frívola y descerebrada que los mayores están decepcionados. No basta con llegar a adulto sino que hay que merecerlo. Así que tropas toman por sorpresa un salón de clases de niños de 16 años, los abandonan en una isla y a cada uno le dan una mochila con un arma. Tendrán un día completo para matarse entre sí y sólo puede sobrevivir uno. El ganador de Battle Royale es el único que merecerá llegar a viejo.

Battle Royale es una especie de película gore con litros de sangre manchando la lente, cabezas que estallan, cuchilladas y ráfagas de tiros; pero hay mucho de telenovela también, mucho de reality show con problemática adolescente, todo eso con un sarcasmo cuya elegancia y contundencia rayan en lo exquisito.

Yo estaba absorto en la película, paladeando mi octava o novena copa de pacharán, sumergido en este mundo delirante que se me abría dentro y fuera de la pantalla, cuando entonces giro la cabeza para comentarle a mi querida amiga Alejandra –una mexicanita entrañable que de lanzarse en su México natal a un concurso de dobles de Björk llega, cuando menos, de finalista-:

- Joder, Ale, qué película tan loca ¿no?

A lo que ella -volteando hacia mí para mostrarme una densa película de sudor que le forraba la cara como si fuera un bollito de pan cubierto con papel parafinado recién sacado del horno- responde:

- ¡Híjole… y qué calor que hace; está cabrón, güey!

Me estuve riendo un año completo. Tanto que cuando llegó el invierno del 2004, y mi madre y mi hermana me fueron a visitar, yo les puedo jurar que ese diciembre ya yo estaba preparado para convertirme en el cuarto o quinto tipo más contento del planeta.

domingo, 5 de noviembre de 2006

El otro lado de la fuerza.


Están Luke Skywalker y Darth Vader enfrascados en el clásico combate de espadas láser y en eso Vader da un paso atrás, apaga su láser rojo (rojito), se guarda el mango en el cinto.
- ¡Defiéndete, cobarde! ¿qué te pasa que no luchas?- dice Luke blandiendo amenazante su láser verde.
- Luke, dejemos de pelear, mira que tengo algo mucho más importante que decirte- responde Darth Vader mientras se acerca y coloca una mano sobre el hombro del chico.
- ¿Qué me vas a decir… acaso que eres mi padre?
- No seas idiota, Luke, por supuesto que eres mi hijo. Eso lo sabe toda la galaxia. Lo que te tengo que decir es aún más preocupante.
- ¿Será que me vas a decir que la princesa Leia es mi hermana?- exclama Luke con emoción infantil y finalmente guarda el arma.
- No, Luke. Lo que te quiero decir, realmente, es que estamos perdiendo.
- ¡Claro, porque el mal nunca podrá vencer, porque el lado luminoso de la fuerza siempre vencerá al lado oscuro!- grita Luke haciendo gala de toda su sabiduría.
- Hijo, no estás entendiendo. Una vez más no entiendes nada- Vader insiste con tono de franca preocupación -Nos estamos jodiendo todos. Los buenos y los malos. De esta vaina se están apoderando los mediocres… algo que habremos de llamar el Lado Imbécil de la Fuerza se está robando el protagonismo de la película.
- ¡No, me quieres engañar, no podrás hacerlo! Quiero pruebas- exige el joven Skywalker
- Claro que sí, Luke. Escucha a tu padre que estas son pruebas irrefutables de que el lado absurdo de la fuerza existe…

Y entonces el gran Darth Vader enumeró las siguientes razones para probar cómo se manifiesta el lado cretino de la fuerza (ante las cuales el joven Skywalker no tuvo otra opción que callar y creer):

1) La gente cree que Tarek William es poeta… (y que Luis Fernández escritor).
2) 8 años después aún hay gente que sigue delirando por Chávez.
3) Y todavía hay miles que no saben si van a votar, ni para qué, ni por quién.
4) O hay gente que se decidió a votar por Chávez (con camisa azul azulita) porque se convenció de que él lo está haciendo por amor amorcito.
5) Los jóvenes juran que el reggaeton es música.
6) Y los de España que Carlos Baute es cantante (y además de los buenos)
7) Todavía hay algunos que esperan encontrar algo bien hecho y sorprendente cada año cuando publican al ganador del concurso de cuentos de El Nacional.
8) Muchos argentinos, uruguayos y chilenos son fanáticos de Chávez… no se han dado cuenta de que el tipo es milico-miliquito.
9) Carlos Azpúrua ahora hace comedias románticas; porque para él ahora sí que las cosas están chéveres y ya no hay razón para hacer cine social.
10) Los estudiantes de la UCV ya no protestan, no lanzan ni una molotov, no cierran la autopista ni cinco minutos. Es que ahora los estudiantes están con el gobierno.
11) Algunos juran que aquí hay una revolución cultural (y hasta Ministerio de la Cultura).
12) Y hablando de cultura: Los Cisneros siguen dictando la pauta en la materia, a todo nivel.
13) Cristo, Marx, El Ché, Fidel, Bolívar, Miranda, María Lionza y la Virgencita caben en el mismo saco ideológico sin ningún problema.
14) En Nicaragua están a punto de votar por Daniel Ortega.
15) El cajero del Farmatodo de La Boyera es un morenito de metro y medio que lleva una esvástica tatuada en la mano. Así de fácil.

viernes, 3 de noviembre de 2006

Ahogando sus penas...

Inspirado en International Space Station II de Figurine


Hacía días que lo venía notando extraño. Aún más raro y distante que de costumbre. Silencioso, especialmente irritable. Finalmente, y con gran pesadumbre, como si un problema de descompresión estuviera obligándolo a sentir todo el peso de la gravedad encima, Él se acercó y tomó asiento. Interpuso una gran copa de vino entre sus cuerpos, tan grande y larga como la cara de circunstancias que traía.

Él: ¿Recuerdas qué día dejamos la Tierra? Para mí han sido milenios, millones de años.

Ella: Son exactamente 3 años, 2 meses, 14 días, 13 horas, 7 minutos. El mismo tiempo que tenemos conociéndonos. Lo sé porque es el mismo tiempo que llevamos amándonos.

Él: Pero es tiempo suficiente también para serte honesto: me gustan los humanos más que las máquinas.

Ella: Yo hubiera esperado que no hubiésemos llegado tan lejos para escuchar eso.

Él: Pero si quieres te ofrezco que seamos amigos. En honor a todo lo que nos quisimos

Ella: Pues no. Antes de verte con otra prefiero verte flotando solo en medio del espacio.

Pero antes de que ocurriera una escena lamentable de celos él se apresuró en vaciar la copa. Rápidamente y con movimiento preciso se la arrojó encima. Dejó que cada gota de vino helado le enchumbara los circuitos, le ahogara la tarjeta madre, se escurriera por esas mismas rendijas que segundo antes respiraban amor puro por él.

La estuvo contemplando hasta que su último bombillo se apagó.

Se sintió libre. Empacó. Presionó sonriente el botón rojo de “volver a casa”.