jueves, 6 de enero de 2011

Tauro


Desde hace un tiempo, tal vez ni lo hayas notado, has estado caminando con la mirada clavada en el piso. No tiene nada de malo, es necesario que sea así. Vas a toparte con una piedra, una que se te antoja especial entre el mar de piedras que te encuentras a tu paso. La cargarás sin importar el peso y te la llevarás a casa. Al día siguiente te encontrarás con una segunda piedra entrañable, y luego otra y otra más. Te las llevarás todas a casa y las apilarás sobre el suelo de la sala durante semanas. Cierto día escucharás al vecinito que, señalándote con el índice, le grita a su mamá: “mira qué gente tan loca, ahí lleva otra piedra”. Por vergüenza (y para que no te reconozcan) descolgarás una cabeza de toro abominable de esas que te regaló un tío para que la colgaras de la pared del bar y te la encajarás como una máscara. De esa manera, respiras con alivio, seguirás de incógnito cazando tus piedras y trayéndolas a casa. Cuando ya no te quepa ni una piedrita más en la sala necesitarás ordenarlas para que te dejen espacio para caminar. Te construirás un laberinto personal cuya salida sólo conoces tú.

Acudirán familiares, amigos, socorristas, bomberos y policías a buscarte; pero morirán de un infarto al encontrarte sin ropas y con la cabeza de toro puesta en la cabeza. Irán desplomándose sobre el suelo de tu palacio y tú aprenderás a esquivarlos como muebles rotos.

Empezarás a morir de aburrimiento y de soledad. Y se te olvidará cómo llegar a la salida.

Cierto día –estando tú hastiado y fatigado, recostado sobre una de tus paredes de piedra- se aparecerá en casa un idiota con un mecate amarrado a la cintura y una espada punta roma de madera. Él no sabe nada de minotauros, pero se ha leído Crepúsculo y un par de cuentos de vampiros y ha oído que hay que clavarles estacas en el corazón mientras duermen.

Cierras los ojos y te entregas sin ofrecer resistencia. Antes de exhalar tu último aliento alcanzas a escuchar

-Ariadna, ¿puedes creer que el minotauro apenas se defendió?

-Sí, Teseo. Pero no seas imbécil y no vuelvas a repetir eso. Tú calladito. Deja que yo me encargo de echar el cuento.

No te preocupes, en la historia que contará Ariadna tú también, Minotauro, serás mucho más grande.

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