viernes, 6 de diciembre de 2013

Master Madiba.



Se fue ayer Nelson Mandela. A donde sea que se vaya la gente buena lo mandaron a llamar. Y somos un montón los que nos quedamos en esta Tierra con una sensación rara, como de orfandad, como si al gran abuelo que siempre había estado en la foto de familia de pronto le llega el día en que no está más. Este mundo sin Madiba amaneció siendo un lugar aún más extraño. Como si hubiéramos perdido a nuestro Yoda particular de este pedazo de la galaxia y por lo tanto hoy se siente un desbalance importante en la fuerza.

Sin embargo, Roland Barthes -en esa belleza de cien páginas titulada La cámara lúcida- insiste en que sólo con la muerte del sujeto la imagen fotográfica alcanza su verdadero sentido. Es decir, la memoria que tenemos hoy de Mandela, la imagen que queda registrada en sus fotos y en nuestras mentes, vale incluso más que ayer. Mandela se hizo aún más poderoso y significativo ahora con su ausencia física. La muerte lo inmortalizó.

La partida del gran Madiba es una oportunidad dorada para ponernos a pensar en el necesario replanteamiento de la figura del héroe. Porque es bastante probable que hayamos ayudado a edificar el mundo que tenemos precisamente por estar empeñados históricamente en catapultar al estrellato a los héroes equivocados. Ese héroe tradicional con todos sus muertos a cuesta, con su épica que no es más que el vacío hiperinflado por el séquito de aduladores, el héroe que no debió pasar de ser un pobre diablo o un payaso trágico pero que no hemos sabido ponerlo en su justo lugar (que casi siempre debió ser el ridículo o la cárcel, o a veces un par de líneas escuetas en los textos históricos, pero no más). Nos hemos llenado de estatuas y de próceres y de fantasmas pesadísimos cuyos méritos no aguantarían ni cinco minutos de revisión detenida. Así ha funcionado la historia.

Y, a pesar de todo, a veces irrumpe una flor extraña en medio del lodazal, un héroe que no se parece en nada a los otros. Son los diferentes, esos héroes que a veces no nos explicamos cómo se colaron allí. Hay uno que se llamó Gandhi, otro que se llamó Nelson Mandela. No son muchos. La verdad es que son poquísimos. Pero seguramente hay más, muchos más de los que sabemos. Lo que pasa es que son héroes ocultos, mínimos, de a pie. No están elevados a la bóveda celeste, tampoco tienen constelación propia; hasta que alguien los rescata del olvido y los pone en un buen sitio dentro del propio mapa personal. Es importantísimo irse construyendo a lo largo de la vida un panteón a escala de los héroes propios, un canon particular donde los grandes no tienen sables ni fusiles ni charreteras ni medallas, sino buenas obras, grandes discos, películas maravillosas, libros entrañables, actos de grandísima dignidad y valentía ante los atropellos del poder. Son los héroes que no han echado un tiro. Símbolos de un mundo alterno que no supimos reproducir en éste.

Desde que me enteré de la muerte de Mandela he estado pensando en que, vaya curiosidad, varios de los héroes de mi humilde bóveda celeste particular son sudafricanos. Algo muy profundo me conecta con esa nación y su gente. No sé, quizás sea esa metáfora de la belleza más rotunda que irrumpe en medio del horror. Porque resulta que cuando los sudafricanos son buenos, son demoledoramente buenos. Como si el lado luminoso de la fuerza necesitara lanzar a estos prodigios del bien para intentar neutralizar los excesos de la oscuridad y el miedo. Así pues, descubrí la música gracias a la sudafricana Miriam Makeba (su Pata Pata es mi himno personal, debe ser la canción que más he escuchado en la vida. Cada vez que oigo el Pata Pata me debato entre las ganas atroces de bailar sin vergüenza o lanzarme a llorar como un crío). Uno de los grandísimos culpables de que se me haya ocurrido intentar escribir es también sudafricano, J.M Coetzee, porque cuando leí su novela salpicada de autobiografía, “Juventud”, me invadieron unas ganas prodigiosas de echar mi propio cuento condimentado por mis propias exageraciones y caricaturizaciones. Sudafricano es también Neill Blomkamp, responsable de la mejor película de ciencia ficción que haya visto el mundo en varias décadas: “District 9”. Blomkamp, hablando del apartheid pero en un contexto de humanos que desprecian a extraterrestres, hizo esa película que cada tanto aparece en el panorama para hacernos retomar la confianza en un género maravilloso y de grandísimo poder simbólico pero que ha sido asquerosamente vapuleado por la carencia de ideas, los efectos especiales vacíos de todo contenido y el dineral a caudal roto al servicio de la nada más absoluta.  Sí, llegó Blomkamp y nos mostró su District 9 y nos quitamos el sombrero y nos dieron ganas de volver a creer en la ciencia ficción, la de verdad. Tuvo que venir un sudafricano a dar un golpe en la mesa y a poner orden (y seso) en este desmadre.

Me detengo un momento en District 9 porque necesito hablar de Christopher Johnson, ese extraterrestre con aspecto de langostino moreno que se convierte en protagonista de la película. Christopher Johnson (su nombre verdadero lo desconocemos, porque los humanos somos incapaces de pronunciarlo y, sobre todo, no estamos interesados en hacerlo; “así que te quedas Christopher Johnson y más te vale que lo aceptes y los pronuncies bien”) es un alienígena especialmente inteligente, especialmente sensible; sólo él y su hijo son capaces de reactivar y tripular la nave que ha traído a los extraterrestres hasta Johannesburgo. Los extraterrestres viven miserablemente en un gueto, son los nuevos negros discriminados por el apartheid, la historia se repite pero ahora no es el hombre blanco el que somete al de piel oscura, sino es la humanidad la que segrega a los no humanos. En ese contexto, la vida de un “langostino” vale menos que una bala. Pero entonces surge la alianza entre un humano y Christopher Johnson. El humano se está “langostinizando” mientras que Christopher Johnson evidencia en cada acción una calidad humana que los humanos hemos prácticamente olvidado. Al final, Christopher Johnson logra escapar en su nave junto con su pequeño, pero promete volver: “debo salvar a mi gente, no los puedo dejar así”.  Y a pesar de que cuenta con armas poderosísimas para fulminar a quienes han maltratado a su pueblo, un arsenal suficiente como para aplastar a los humanos como insectos, Christopher Johnson se niega a hacerlo; él no quiere más sangre ni más violencia, él lo que quiere es liberar a su gente, perdonar a quienes lo odiaron y respetar el compromiso adquirido con el único humano que ayudó a salvarles la vida.

No es difícil pensar que Christopher Johnson es una suerte de Mandela. Una metáfora del Madiba intergaláctico. Y sí, se ha ido, pero de alguna manera volverá. Es más, estará siempre.

Me gusta este día pensar recurrentemente en dos imágenes infantiles pero que hoy tienen todo sentido para mí. En la primera están Mandela y Miriam Makeba cantando y bailando el Pata Pata en uno de los comités de recepción más felices del universo. En la otra imagen está el gran Obi Wan Kenobi -con su pinta de monje franciscano de la orden de los capuchinos-, se está dirigiendo al Consejo de los Jedis y anuncia: “La sesión de hoy la presidirá, finalmente, el más sabio y poderoso de los caballeros Jedis jamás: recibamos a Master Madiba”. 

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Otro 27 de noviembre.


No son pocas las veces que me he escuchado a mí mismo repetir la misma frase: “es que yo conocí otro país”. Se la digo a mis sobrinos, se la repito a mis amigos mexicanos, insisto en ella una y otra vez con mis alumnos. La repito con la pasión que tendría un extraterrestre que se esfuerza por convencer a unos terrícolas especialmente escépticos de que dice la verdad.

Yo crecí en otra Venezuela. Tengo un arsenal de memorias sólidas, indiscutibles, producto de experiencias imborrables, de ese país que alguna vez fuimos. Tuve la dicha –y en ese momento ni me lo cuestionaba ni tampoco lo agradecía, porque consideraba que me tocaba por derecho natural- de ser joven en una Caracas distinta donde tenías que estar pilas, con los ojos abiertos, donde se oían cuentos y pasaban cosas, claro que sí, pero donde tenías que sobrevivir al miedo típico de cualquier ciudad grande. Era, por supuesto, una Caracas defectuosa, perfectible, pero definitivamente una ciudad donde se podía vivir y además se vivía bien.

Alguna vez, durante aquellos años del bachillerato y la universidad, acaricié la idea de irme un par de años a estudiar afuera, aprender otro idioma, tener la experiencia de vivir en otro país; pero siempre para volver. Porque uno en esos tiempos se proyectaba a futuro siempre en Venezuela, allí estaba tu familia, tus amigos de siempre y esa cosa -tan íntima y tan abstracta a la vez- que arropa el término terruño. Era, en fin, una tierra más para quedarse o volver que para huir. Y créanme que me duele especialmente conjugar ese “era” en pasado.

Pero entonces llegó aquel fatídico año de 1992. Aún más terrible que el espantoso 89 donde ocurrieron los saqueos espueleados precisamente por quienes intentaron dar dos golpes de estado pocos años más tarde y los mismos que hoy ostentan asquerosamente el poder. En febrero de 1992 yo tenía apenas 20 años y estudiaba Comunicación Social, fue entonces cuando apareció el teniente coronel Chávez Frías con su asonada militar y su posterior –y lamentable- “por ahora” ante los medios masivos. Nos pareció, en consenso general de jóvenes periodistas que discuten de política en un restorán chino, con un tercio de Polar en la mano, que aquel milico golpista no era más que un payaso trágico. Un mal chiste. Una barajita caída de un álbum olvidado, como un jugador más del montón de la selección de Australia del mundial de 1974.  Y no me arrepiento ni me convencerá nadie de lo contrario: Chávez sigue siendo exactamente eso para mí. No hay manera de que pueda ver en ese milico resentido y víctima de su propio pastiche mental a un ideólogo ni a un estadista ni un líder ni mucho menos a un gigante o a un ser galáctico. Muy al contrario. Puedo explicar (y explicarme) perfectamente su fenómeno político como podría explicar el de Ricardo Arjona en la música o el de Pablo Coelho en la literatura: la mayoría de la gente tiene muy mal gusto y ningún tipo de criterio. No se puede escoger bien cuando se carece de pensamiento crítico y cuando no se ha asumido la tarea de cultivar el buen gusto. Y agregaría: es que, además, la verdadera energía que mueve al hombre no es el petróleo ni es atómica, es el resentimiento.

La madrugada en la que ocurrió la segunda intentona golpista del año, el 27 de noviembre de 1992, amanecimos con la imagen de un gordito de camisa rosada quien, fusil en mano, invitaba desde la televisora estatal a sumarse al golpe “cívico-militar” para derrocar al gobierno de Carlos Andrés Pérez. Me dio risa aquella escena patética, pero mi viejo me miró con reprobación: “esto no da risa, esto es trágico… y es grave”. En casa no queríamos a Carlos Andrés Pérez, no era en lo absoluto un presidente de nuestro afecto, pero mucho menos íbamos a querer el gobierno de una gente que sólo entendía de sabotajes, armas y golpes de estado. Algunas horas más tarde fuimos testigos en directo de cómo las tropas fieles a la democracia controlaban la situación en Venezolana de Televisión, capturaban a los tomistas y llevaban a uno de ellos esposado, el jefecito de la camarilla, un tenientucho al que llamaban “Comandante Gato”. Se trataba de Jesse Chacón. El tipo miraba a cámara y repetía febrilmente: “¡Viva Chávez!”. Ese mismo sujeto sería, a la vuelta de unos años –y vaya ironía- Ministro de Información y Comunicación del régimen chavista. Sí, el mismo hombre que había liderado la masacre contra los vigilantes y trabajadores de la televisora del estado -su gran incursión en el mundo de los medios masivos- era recompensado años más tarde precisamente con esa cartera. Y no sería VTV el único canal con el que acabaría el Comandante Gato, pues se encargaría de hacer lo mismo pero con fachadita legal más tarde con RCTV. Vaya currículum el del teniente Chacón. Una gema. Ojalá jamás se nos olvide.

El mes en que murió mi padre, diciembre de 1994, yo estaba trabajando en un periódico ubicado en La Candelaria. A razón de cumplirse el segundo aniversario de los hechos del 27N, mi jefe me pidió reunirme con un fotógrafo en Parque Central que tenía unas fotos tomadas justo antes de que se limpiara la escena que dejó la masacre de VTV. La idea era hacer un reportaje de investigación para desentrañar lo que había ocurrido en la televisora estatal ese día, la información era difusa, había una suerte de velo sobre ella, las imágenes no circulaban. Había mucho miedo alrededor del asunto. Me reuní finalmente con el fotógrafo, me llevó a un lugar apartado y me mostró las fotos como quien negocia con drogas duras. Ante esas imágenes que me enseñó en las escaleras de emergencia del Edificio Catuche, yo no sabía si vomitar, golpear a alguien o largarme a llorar. Todavía, honestamente, no lo sé. Lo único que puedo decir, tantos años después, es que uno no imagina hasta dónde salpica la sangre cuando se dispara tan a quemarropa y con tantísimo ensañamiento.

Así que no caigamos en falsas epopeyas ni ayudemos a cultivar la épica del vacío que caracteriza a estos tiempos. El 27 de noviembre es una fecha terrible, no hay nada que celebrarle a este día abominable. Es una fecha donde se le dio un disparo mortal a la democracia. Un día que sentenció la muerte de las libertades. Hoy, 27 de noviembre de 2013, digan lo que digan los que vociferan sus loas al chavismo y pretendan edulcorar el espanto de la historia, es definitivamente un día de duelo.

Y lo que se cumple hoy no es otra cosa que los 21 años de la masacre a los trabajadores de Venezolana de Televisión a manos de la más inmunda violencia.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Post-its (Parte 2)



Un post-it que dice: "Con todo este desgaste lo que necesitamos un amolador de almas"

Un post-it que diga: “No, no fue que botamos los reales; es que nos tomamos la molestia de invertirlos en nuestra contra”

Un post-it que dice: "No te preocupes que sí  voy a estar. Sólo que ausente"

Un post-it que dice: “Lo único malo es que lo malo se contagia más. Y más rápido”

Un post-it que diga: "Esto es más perturbador que un conejito de los de David Lynch"

Un post-it que dice: “Estuvo tan pero tan bien que es mejor sospechar”

Un post-it que dice: "Negociemos, vamos a comenzar por hacer todo lo que yo diga y luego, si nos va bien, te damos una oportunidad a ti"

Un post-it que dice: “Lamento no ser tan amoroso como ustedes, es que yo con los afectos también soy selectivo”

 Un post-it que dice: "En un mundo paralelo tu avatar y el mío se la están pasando maravillosamente bien, que lo sepas"

Un post-it que dice: “Eres una persona muy agradable, siempre y cuando uno no te trate”

Un post-it que dice: "Quiso dárselas de inteligente y acabó evidenciando toda su estupidez"

Un post-it que dice: “Es que yo entre Mario Silva y Diosdado no sé a cuál irle menos”

Un post-it que dice: “A mí me parece abominable, pero está bien como para ti”

Un post-it que dice: “¿Qué hora es ahora mismo en ese planeta al que te vas mientras te estoy hablando?”

Un post-it que dice: "Es muy buena persona pero tiene un problema musical crónico"

Un post-it que dice: "Eso más que un beso es ya una degustación"

Un post-it que dice "Hagamos un trato: si nos dejamos de querer tenemos que notificarlo con la debida antelación"

Un post-it que dice: "Vamos a declararnos mejor en emergencia indefinida"

Un post-it que dice: “¿Quién se llevó mi soma?”

Un post-it que dice: "Lo bueno de consultar el IChing es que, como no entiendes nada, eso significa lo que tú quieras"

Un post-it que dice: "Aquí las buenas noticias las dan a cuentagotas de manera que no las puedas disfrutar"

Un post-it que dice: "La memoria olfativa recuerda mucho mejor que uno"

Un post-it que dice: "Te irá bien siempre y cuando hagas exactamente lo contrario a lo que te voy a aconsejar"

Un post-it que dice: "Somos muy diferentes, y me temo que más que complementarios somos contradictorios"

Un post-it que dice: "Te mereces que te hagan una estatua. Pero contigo dentro"

Un post-it que dice: "Yo ese disco lo evito porque si lo oigo me dan ganas de reconciliarme contigo"

Un post-it que dice: "La buena música realmente se toca es con los huesos"

Un post-it que dice: "La comida me quedó tan buena que tu plato te lo guardé en la caja fuerte"

Un post-it que dice: "Te hice caso, le di una segunda oportunidad. Y me decepcionó el doble"

Un post-it que dice: "Ese es el problema de alguien muy estúpido que se toma a sí mismo muy en serio"

Un post-it que dice: "No es que tenga el pelo sucio, es que está haciendo un experimento a ver si logra freír algo en su propia grasa"

Un post-it que dice: "Te voy a repetir la pregunta pero aprovecha esta vez para quedarte callado"

Un post-it que dice: "Tienes una idea tan distorsionada de mí que ya pienso que me confundes con otra persona"

Un post-it que dice: "Soñé contigo. Si te lo llego a contar no me vas a querer ver ni en sueños"

Un post-it que dice: "Todavía no cantes victoria, pero puedes comenzar a tararearla"

Un post-it que dice: "Te dejo a solas para que lo hagas mal pero con toda calma"

Un post-it que dice: "Yo creo que nos pasamos hace rato. El futuro quedaba más atrás"

Un post-it que dice: "Esto no es ningún desorden, es un experimento que hago para probar que la generación espontánea sí existe"

Un post-it que dice: "Deja de irte por las ramas que vas a acabar en el árbol genealógico de los vecinos”

Un post-it que dice: "Es de esa gente que escribe fatal pero espera que le entiendas todo bien"

Un post-it que dice: "Por favor no me avisen de otro trabajo donde pagan poco pero es una gran oportunidad"

Un post-it que dice: "Lo que vamos es para el despechaje"

Un post-it que dice: "Te esperaría en la bajadita, pero es que no te mereces ni la espera"

Un post-it que dice: "Matemáticamente estamos casi igual de jodidos que en la realidad"

Un post-it que dice: "Yo creo que hay que practicar muchísimo para poder llegar a ser tan mediocre"

Un post-it que dice: "Leí tu cuento. Una pregunta, ¿debajo de ese montón de metáforas y adjetivos había alguna historia?"

Un post-it que dice: "Más que alcanzar tus sueños en tu caso deberías intentar dormirlos"

Un post-it que dice: "A mí lo que me preocupa es que se nota que piensa con errores ortográficos"

Un post-it que dice: "Si logramos sobrevivir a estos mamarrachos seremos un país de puros Yodas"

Un post-it que dice: "O sea que tú hiciste esa carrera para luego poderte quedar estancado de por vida en lo mismo"

Un post-it que dice: "Esto no va a funcionar. Le caes mal a mi amigo imaginario"

Un post-it que dice: "Claro, todo el mundo escribe. Igual que todos somos fotógrafos por tener celular con camarita"

Un post-it que dice: "Tus comentarios me halagan aunque es evidente que me estás confundiendo con otra persona"

Un post-it que dice: "A mí me encanta hablar contigo porque así descubro mi dotes para el monólogo"

Un post-it que dice: "Has tomado una decisión increíble. De todas las posibles no había otra más desacertada”

Un post-it que dice: "Hagamos un trato, el que se muera primero le avisa al otro si en ese sitio hay sexo".

Un post-it que dice: "No me hagas reír en medio de una discusión que así  no se puede pelear en paz".

Un post-it que dice: "He recibido tu buena noticia con profunda tristeza".

Un post-it que dice: "Pobre, el hijo le salió militar".

Un post-it que dice: "A mí me preocupa que si te secuestran los marcianos la humanidad va a salir aún peor parada"

Un post-it que dice: "Fue un error gafarral de tripeo"

Un post-it que dice: "Por la caridad de Dios, alguien que le encuentre de una buena vez el unicornio azul a Silvio Rodríguez"

Un post-it que dice: "Esto está tan malo que necesito números negativos para evaluarlo, vamos a ponerle -7"

Un post-it que dice: "Estamos nadando en un mar de mediocridad. Y creo que hasta en estilo mariposa"

Un post-it que dice: "Aquí lo que se respeta es la libertad de inculto"

Un post-it que dice: "El día que yo sea dictador que se cuiden los milicos"

Un post-it que dice: "No entender cansa"

Un post-it que dice: "El problema con la democracia es que la mayoría suele tener muy mal gusto"

Un post-it que dice: "Es que tiene un talento excepcional para explicar las cosas que no entiende"

Un post-it que dice: "Es que para admirar a ese señor hace falta una enzima que nosotros no tenemos"

Un post-it que dice: "Yo quiero que el que se ponga retrógrado sea Saturno. Imagínatelo retrógrado y con esos anillos"

Un post-it que dice: "Mosca que a esta hora sueltan ya a los cursis"

Un post-it que dice: "Para respuestas optimistas y conciliadoras favor dirigirse a la próxima ventanilla"

Un post-it que dice: "Yo no tendría problemas en respetar tus ideas si por lo menos fueran ideas y fueran tuyas"

 Un post-it que dice: "Es que todo lo que diga Supremo a mí me suena a pollo relleno de jamón y queso"

Un post-it que dice: "Es que todo lo que me produce felicidad no tiene nada que ver con el gobierno"

Un post-it que dice: "Esta gente que no está contenta ni cuando le va bien"

Un post-it que dice: “¡Por la caridad de todos los santos, devuélvanle el mes de abril a Sabina ya!”

Un post-it que dice: "Me quiero disculpar por no haberlos ofendido antes"

Un post-it que dice: "Vamos a suspenderte el Ipod hasta que reconsideres tus gustos musicales"

Un post-it que dice: "Hoy, 31 de octubre, los que son ya un disfraz pueden tomarse el día libre"

Un post-it que dice: "Es hora de agregar en el curriculum que uno es inmune a Candy Crush"

Un post-it que dice: "Sí, es un niño muy bonito, pero dale un tiempo y verás que los genes no perdonan"

Un post-it que dice: "Lo lamento pero me da extraordinariamente igual"

Un post-it que dice: "No lo conozco en persona, pero en fotos es evidente que sufre de halitosis"

Un post-it que dice: "El placebo anterior me hacía mucho más efecto"

Un post-it que dice: "Tienen una relación de amor-odio; él la ama y ella lo odia"

Un post-it que dice: "Asegúrate de entender eso que estás citando"

Un post-it que dice: "No creo que sea un caso de bipolaridad porque tiene como cinco polos"

Un post-it que dice: "Somos realmente buenos celebrando por las razones equivocadas"

Un post-it que dice: "No te preocupes, desearle mal a cierta gente equivale a una buena acción"

Un post-it que dice: "Míralo, con su sonrisita de saqueador"

Un post-it que dice: "Que los extraterrestres mandan a decir que será para otra porque tienen mejores opciones"

Un post-it que dice: "Mientras ustedes duermen, los insomnes pensamos. Pensamos de todo y por todos"

Un post-it que dice: "La ignorancia te hace feliz. Hasta que se acaba la felicidad, como siempre, y te quedas sólo con la ignorancia"

Un post-it que dice: "Te estamos haciendo una vaca para que vayas voluntariamente a terapia. Por las buenas o las malas"

Un post-it que dice: "Dos cosas sobre la decadencia: está sobrevalorada y agota"

Un post-it que dice: "Es obvio que si Charly García sigue vivo a estas alturas es porque es inmortal"

Un post-it que dice: "Mira, pero si tú todavía existes"

Un post-it que dice: "Vale, muy bien por la ganadora pero vamos a estar claros que Cadenas es superior"

Un post-it que dice: "Creo que la energía que mueve al mundo no es el petróleo sino el resentimiento"

Un post-it que dice: "V de Vergüenza"


lunes, 11 de noviembre de 2013

A este problema le faltan datos.



Aquel problema sobre el pizarrón decía algo así como: “Pedrito compra en la tienda una cantidad X de manzanas. De camino a su casa tropieza y se le caen un tercio del total de las manzanas. En el semáforo Pedro se come 2 que son exactamente el mínimo común múltiplo de la mitad de las manzanas que tenía inicialmente. Antes de entrar a su casa, Pedrito regala 3 manzanas a su vecina… ¿con cuántas manzanas se quedó finalmente Pedrito?”.

Y la maestra decía: “Tienen 15 minutos para resolverlo. Pueden comenzar”. Y yo pensaba: “Coño, ¿comenzar?, ¿comenzar más o menos a qué?”, al tiempo que, atónito, veía a mis compañeritos sacar lápices de colores, borras, sacapuntas, compases y transportadores (un transportador para calcular cuántas manzanas se iba a comer el pendejo de Pedrito, échale bolas) y ponerse todos –todos menos yo- a resolver con bríos lo de las manzanas de Pedro. Y yo me quedaba mirando al espacio en blanco destinado a la resolución del problema, esa cosa blancoradioactiva regañándome desde la hoja, mientras pensaba que hacía rato que no me comía una manzana, que el presidente había prohibido su importación y que las que vendían traídas de Mérida eran como piedras pero con aroma de manzana; además mínimas, duras, ¿eso no eran como guayabas más bien?, es que eran una vaina que daban tanta tristeza como dentera. ¿Y por qué coño Pedro compraba manzanas en vez de mangos o lechosas que sí era lo que se conseguía en el mercado? Claro, porque el cabrón de Pedrito vivía en un mundo alterno, un lugar fantástico; yo quería vivir en ese planeta paralelo de Pedro donde se iba a pie uno solo a comprar frutas, se te caían la mitad y te sabía a bola y luego te parabas en el semáforo a comerte dos y hasta te sobraban 3 para  quedarte hablando con la vecina (coño, la vecina seguro era una princesa). No joda, vente para acá, Pedrito de mierda, siéntate tú en este pupitre a resolver problemas de matemáticas…

Y cuando estaba en medio de estas importantes cavilaciones, alguien –oh, mi salvador, cuánto te lo agradecía– gritaba desde algún rincón de esa (j)aula de clases: “¡Maestra, a este problema le faltan datos!”. Marico, nos salvamos, mi infinita estupidez aritmética se sentía acompañada: “claro, no podías resolverlo porque le faltaban datos, con razón… y tú pensando que eras idiota, resulta que esta vaina no la solucionaba ni Einstein”.

La maestra entonces caía en pánico, revisaba lo que estaba escrito sobre el pizarrón, revisaba su cuaderno de apuntes, también el libro de matemáticas (que siempre de alguna manera era el de Baldor), los más inteligentes pasaban al frente a intentar solucionar el problema con la seño, yo insistía desde mi pupitre en la última fila en que era imposible, que de bolas que le faltaban datos (y, aunque nunca dijera el “de bolas”, en serio necesitaba que confesaran que le faltaban datos porque no era posible que yo fuera tan pero tan bruto). Al final sí le faltaban datos, Pedro había comprado inicialmente 20 manzanas, pero ya era tarde, sonaba el timbre, era la hora del recreo. Ojalá y te atragantes con las que sean que te quedaron, pajúo.

Fui creciendo y los problemas matemáticos fueron creciendo conmigo. En el bachillerato se sumaron los de física y los de administración, más tarde también los de lógica. Entonces comencé a librar por mí mismo como en el escondite; cuando ya la frustración era demasiado grande, justo cuando los números me pasaban cuentas y me estaban dando literalmente una coñaza, yo decidía gritar desde mi pupitre en la última fila: “Profe, a este problema le faltan datos”. Lanzaba esa bomba y me hacía el preocupado uno cinco minutos en resolver colectivamente en qué punto exacto el proyectil disparado desde el punto A alcanzaba en su parábola al tren que había viajaba a 120 m/s desde el punto B. Luego dejaba a todo el mundo en ese salón resolviendo eso -y lanzando teorías sobre si estaban todos los datos o no- mientras me iba sigilosamente de nuevo a mi guarida a pensar en qué hijos de la gran puta esos militares que le disparaban a una población civil que viajaba en tren. Pobre gente y también pobre tren… nosotros que ni tren tenemos. Cuando salga de aquí me voy a echar un viaje en tren.

Por cierto (frase que uno dice antes de soltar una barbaridad que no tiene nada que ver), al problema de lógica de si Dios siendo omnipotente es capaz de crear una roca tan grande que ni él mismo la pueda mover, la única respuesta posible es que Dios ya tiene suficientes problemas importantes como para ponerse a resolver semejante pendejada. Dejen a ese señor trabajar en paz.

En fin, lo que nunca sospeché es que “a este problema le faltan datos” fuera una frase que acabaría acompañándome tantísimo la vida entera. Mucho más allá de mi torpeza matemática, la frase me persigue en los más diversos ámbitos de la vida. Si uno se sincera es la única respuesta que aplica a millares de situaciones; es la más honesta, lo demás son meras hipótesis, especulaciones, mentiras que necesitamos creernos o hacer creer a los demás. A veces mejor o peor argumentados, pero acaban siendo disparates al fin y al cabo. Uno aventura cualquier otro tipo de respuesta distinta a “a este problema le faltan datos” y terminas desvelando toda tu torpeza, despejas todas las dudas con respecto a que no tienes la más mínima idea. Y mientras haces maromas lingüísticos en el aire vas oyéndote desde afuera y mirándote a ti mismo con cara de “qué bolas tienes tú de tratar de explicar lo que no tiene ninguna explicación”.

¿Qué significa realmente la guerra económica contra la burguesía parasitaria? Que le dan permiso a la gente para saquear en sana paz y… bueno, la verdad es que no tengo idea, a ese problema le faltan datos.

¿Mira, y cómo ven en tu familia, con tu suegro que es sirio, la situación por allá? Bueno, él dice que realmente… un carajo, panita, es una situación extraordinariamente compleja, no tenemos los datos como para sacar ninguna conclusión.

¿Y por qué Maduro llegó a donde llegó? Bueno, porque Chávez antes de morirse pidió que su heredero… mira, la verdad es que a ese problema le faltan datos.

Joder, tan felices que se veían... ¿qué les pasó? Tengo entendido que ella ya no quería... mira, panita, la verdad es que tendrás que preguntarles a ellos, a mí me hacen falta datos. 

¿Cuál es la salida que le ves a la situación en tu país? Pues yo pienso que lo mejor y más viable sería… mira, bróder, vamos a hablar claro: no tengo idea, a ese problema le faltan todos los datos.

Y mientras piensas y dices, una vez más, cada vez con mayor frecuencia (y también con mayor desvergüenza y convicción) “a este problema le faltan datos”, se te viene a la mente Pedrito en su mundo paralelo lleno de manzanas, en que seguro que acabó juntándose con la vecina y que a lo mejor les iba bien y eran felices y tuvieron cachorros y seguro viajaban en aquel tren ese día. Y que, coño de la madre, ojalá Dios por justicia divina agarre esa piedra enorme que ni él puede con ella y aplaste a todos los hijos de puta que disparan proyectiles en este mundo y en todos los demás.

jueves, 26 de septiembre de 2013

Sofía, la música.


Esta semana recibí la noticia de la muerte de mi prima, Sofía Ugueto Casanova, luego de una larga enfermedad. Y claro, como suele suceder en estos casos, uno piensa en el consuelo de que descansó, que seguramente estará mejor y que allá donde esté ahora seguro se encuentra muy bien acompañada por el comité de recepción de los que se fueron antes. Pero las muertes de los afectos siempre duelen y paradójicamente sirven de oportunidad para pensarse la vida en general y también la particular.

Siempre he pensado que las alianzas musicales son una variante peculiar de la amistad. Los aliados musicales no abundan –o al menos no en mi caso-, es esa gente a la que hay que descubrir, cuidar y cultivar con esmero; porque es prácticamente un milagro que otro también sienta como propio ese mismo universo íntimo de sonidos que lo constituye a uno. Eso fue lo que me unió a Sofía. Atesoro el recuerdo vívido de una reunión familiar en Santa Paula, en la casa de mi tía Evita, por allá en los años 80, cuando Sofía tomó posesión del equipo de sonido y puso a sonar una cassette TDK de 90 minutos con una selección alucinante de temas de Depeche Mode. Algunos ya los conocía, otros eran un descubrimiento absolutamente novedoso para mí. Me acerqué a Sofía y a sus amigos, a quienes había visto a la distancia durante horas, tímidamente apartado desde el refugio del rincón, y empezamos a hablar de música, de lo que nos gustaba, de las joyas extrañas que cada quien tenía en su repertorio y que de buena gana estábamos dispuestos a compartir.

A partir de ese momento surgió una complicidad entre nosotros, el vínculo de los aliados musicales. Y gracias a eso tuve la oportunidad de doblegar mi timidez crónica; conocí a los amigos de Sofía, compartí con las amigas de Sofía (algún día debería llevarse a cabo un estudio de qué es lo que hace que en Santa Paula se produzca semejante concentración de mujeres guapas), coincidimos en varios conciertos de la llamada movida underground de la Caracas de esos años, fuimos también al cine, y cada vez que nos encontrábamos, luego de los saludos de rigor, inevitablemente surgía una pregunta cargada de emoción reprimida: “Mira, y qué has oído de nuevo y de bueno por ahí, qué me recomiendas”.

El tiempo pasó, crecimos, lamentablemente nos fuimos viendo con menos frecuencia. Luego enfermó. Se hicieron cada vez más escasas las oportunidades para compartir. Hace pocos meses mi madre me contó una anécdota. Mi madre -que también es mi aliada musical, la primera de todas desde aquellos tiempos en los que me enseñó estando yo en pañales que el Pata Pata de Miriam Makeba era una de las cinco mejores canciones de la historia- tenía en el reproductor de su carro un CD con los temas del 2012 que había seleccionado para ella. Sonaba ese disco de fondo mientras mamá llevaba a tía Evita y a Sofía a hacer unas diligencias, entonces Sofía rompió el silencio en el que estaba sumida y dijo algo que mamá no entendió pero que mi tía Evita se encargó de traducir: “Margarita, que Sofía dice que le encanta la música”.

Tengo aquí sobre mi escritorio del D.F. mexicano un CD que le grabé a Sofía. Lo grabé hace un par de meses y no encontré la manera de enviarlo a Caracas para que lo recibiera. Es una selección en mp3 de casi 200 temas que seleccioné para ella, a manera de compensación por el vacío de tantos años sin cultivar nuestro nexo musical.

Sí, lo sé y me pesa, ya es tarde. Ya no lo escuchó. Aunque, quién sabe, quizá sí que lo oye. Allí donde esté tiene que haber una manera de escuchar toda la música del mundo sin necesidad de ponerla a sonar en reproductor alguno. Sofía seguro eligió, y se merece, esa versión del más alla. 

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Psicomagia inconsciente.


Desde hace 30 años, todos los miércoles a las 3.30 pm en el Café Le Temeraire de París, Alejandro Jodorowsky lee el tarot gratis a quienes se apunten o hagan la fila. Bueno, no sé si todavía lo hace, luego me comentaron que lo había cambiado por una página web y que ya lo de Le Temeraire, así en persona, se había acabado.

Arnau, un filósofo de carrera pero que se ganaba la vida lavando platos en el restaurante japonés donde trabajaba mi amiga Laura, me contó que había ido un miércoles a leerse las cartas en Le Temaraire con Jodorowsky. Y que el tipo le había recomendado, después de que el Tarot habló (y además dijo un montón de cosas horribles), hacer un acto psicomágico rarísimo para intentar superar las taras que Arnau traía en su árbol genealógico. Un asunto mal resuelto y arrastrado de generación en generación que involucraba a los abuelos de Arnau, a sus padres y a él mismo. La solución a los problemas de Arnau empezaría a partir de la ejecución de ese acto psicomágico. Una vaina muy loca donde tenía que desnudarse frente a las tumbas de sus ancestros y colocar, en cada una de ellas, una rosa pintada de negro y otra blanca. Ah, y que les dejara las espinas, y si se las clavaba y sangraba un poco pues mucho mejor.  Y Arnau no sólo le creyó, sino que le hizo caso. Acabó desnudo en plena noche otoñal, después de saltarse las rejas del cementerio y ser correteado por los perros guardianes, frente a las tumbas de su familia, clavándose las espinas, sangrando un poco y buscando un rayito de luz para no confundirse entre las rosas blancas y las negras (porque –al parecer- en la noche todas las rosas, como los gatos, son grises).

Arnau, mientras se tragaba una pastilla de MDMA (éxtasis al 100% de pureza) y se lanzaba desaforadamente a la pista a bailar una canción de los Sisters of Mercy, remató la historia con un: “Tío, y te juro que la movida del Jodo me ha funcionado de puta madre”.

Hoy, mientras me tumbo en la silla de la odontóloga y esperamos a que la anestesia me haga efecto, pienso que yo nunca he hecho un acto psicomágico. Miento, los he hecho; pero han sido todos inconscientes y sin tener a Jodorowsky ni lejanamente en la cabeza. Esta mañana me toca someterme a la sustitución de una amalgama rota de la muela 36 por una pieza de porcelana. Sí, de porcelana. Voy a tener una obra de Lladró –lo digo no sólo por la porcelana sino por el precio- metida en la boca, prácticamente en contacto con el nervio.

Así que, bajo los efectos de la anestesia y mientras me mordisqueo salvajemente (y sin enterarme) las paredes internas de la boca, pienso en los actos psicomágicos (sobre todo los inconscientes) y en porcelanas. Y pienso también en que a lo largo de la vida me han tocado amigos secretos realmente muy cuestionables. Tan cuestionables que podrían denominarse más bien “enemigos confesos” o “extraños declarados”. Una gente que te regala unas cosas rarísimas de esas que se no se parecen en lo absoluto al destinatario del obsequio. No sé si esa gente no me conocía o más bien lo que querían era joderme. Acumulé durante años de frustrantes juego del amigo secreto los discos más insólitos: los éxitos de Pecos Kanvas, “Un poco de amor” de Guillermo Dávila, “Ahora me toca a mí” del dúo Pimpinela –qué fuerte, esa gente eran hermanos-, varios discos de Trino Mora, algo de Camilo Sesto, creo que también algo de Juan Gabriel. Y yo abría aquellos regalos, sabiendo por la forma del paquete que se trataba de un vinilo, jurando que esta vez sí la habían pegado, que seguramente era algo de Judas Priest, de Rush, quién sabe si de The Cure y –vaya ilusión proporcional al desencanto posterior- hasta de Depeche Mode. Pero qué va. Les diré algo: a la gente se le conoce realmente por la cara que pone cuando no le gusta o no entiende el regalo. 

Y me quedaba entonces con aquella cosa infesta entre las manos, tratando de sonreír y de agradecer, mientras me preguntaba: “¿y ahora qué se supone que haga con esta mierda?”. Les digo otra cosa: eso de “a caballo regalado no se le mira el colmillo” lo inventó un cínico.

Algunos años más tarde, ya en la universidad, cobraron sentido esos regalos. Finalmente todo encajó y entendí. A cada una de las fiestas que daban mis amigos yo me llevaba uno de esos discos de mi forzada e indeseable colección. Si acaso había en aquella casa un tocadiscos, lo ponía a sonar cuando la gente estaba ya muy borracha. Nos reíamos y luego procedíamos a jugar al frisbee con ellos. Juego que siempre acababa con un ritual de destrucción del disco. Se trataba de un acto psicomágico inconsciente, un gesto de humilde depuración de la cultura. No nos caigamos a cuentos y dejemos las hipocresías aparte, eso que se llama gusto es el ejercicio soberano e irrenunciable de decir: yo salvo a esta gente al tiempo que desecho a los demás.

Mis allegados saben, por otra parte, que guardo desde los tiempos de “los amigos secretos” un sueño: el día que me sobre el dinero voy a comprar galgos de porcelana tamaño natural para regalárselos en sus cumpleaños. Un mamotreto espantoso, carísimo, pero que los obligue a lucirlo en las salas de sus casas. A pesar –y sobre todo especialmente- de que no peguen ni con cola. Se han salvado mis amigos de que no me sobre el dinero y que, cuando lo he tenido, no me he decidido a comprar toda una jauría de perros Lladró para obsequiárselos. No lo he hecho, a pesar de estar consciente hoy día de que ese acto psicomágico me ayudaría a saldar una deuda histórica con los amigos secretos que se comportaron como enemigos confesos o extraños declarados. Se me ocurre que sería un acto liberador, como el de Arnau con sus rosas en el cementerio.

La odontóloga encaja la pieza, la talla mil veces con su taladro, la pule con un aparato que me hace vibrar el cerebro. Calculo el dineral que me costará este asunto. Y también el sinnúmero de perritos de porcelana, diminutos y encaramados los unos sobre los otros, que ahora llevaré en la muela, justo allí, tan cerca del nervio. Este acto psicomágico no lo entiendo, es de una ironía cruel y creo que no está funcionando nada bien ¿Seguirá Jodorowsky en Le Temeraire? Qué lejos que me queda París hoy.

jueves, 22 de agosto de 2013

Post-its.


A manera de introducción: el asunto se remonta al año 1998, cuando veía la materia de Teoría Literaria II con el Profesor Luis Miguel Isava. El profesor nos comentaba, con esa pasión y esa sabiduría generosa que lo caracterizan, sobre el mítico poema de Williams Carlos Williams:

Esto es sólo para decir

Me he comido
las ciruelas
que estaban
en el refrigerador

y que
probablemente
habías guardado
para el desayuno

Perdóname
estaban deliciosas
tan dulces
y tan frías.

No sólo me gustó el poema (qué rareza, qué simplicidad, qué cosa fascinante) sino que se me quedaron grabadas las reflexiones de Isava: ¿por qué esto es un poema?, ¿por qué muchos críticos y conocedores no lo consideraban tal?, ¿acaso se debe simplemente a que está incluido en una obra llamada poemario y que lo firma un autor consagrado como poeta?, ¿no se parece –o disfraza- este poema de comunicación íntima, como de servilleta o papelito que le dejamos a nuestra pareja sobre la puerta de la nevera?

Sin duda es un texto que salta (una especie de metapoema), que hace un ruido necesario y entrañable, y que nos hace preguntar sobre la naturaleza de eso que llamamos -o solemos considerar- poesía. Así que durante largo tiempo he estado pensando en las ciruelas de Williams Carlos Williams y he querido rendirle homenaje por medio de una serie de tuits precedidos de la frase “Un post-it que dice:”; no porque pretenda emular al gran poeta, sino porque quizás guardo la ilusión de que la gente al leerlos sonría y se imagine ese papelito engomado de color chillón, con esa frase rara escrita con puño y letra, pegado con confianza e intimidad en las más diversas superficies: la nevera, el mesón de la cocina, la pantalla del celular, la computadora o del iPod, o bien sobre el parabrisas del carro u olvidado en el asiento del vagón del metro.

Un post-it que dice: "Este examen de conciencia ha sido suspendido por falta de quórum".

Un post-it que dice: “Guardar muy bien las cosas es una manera muy estructurada de perderlas”.

Un post-it que dice: "A mí el hartazgo se me traduce cada vez más en silencios".

Un post-it que dice: "Creo que me he hecho adicto a todas tus necedades innecesarias".

Un post-it que dice: "Te acabo de inscribir en un concurso para ir a Marte. No me des las gracias, yo de verdad quiero que acabes allá".

Un post-it que dice: "No fue que se me acabó la paciencia sino que me queda poca y la pienso invertir en otras cosas".

Un post-it que dice: "Aquí se reserva el derecho a manguareo".

Un post-it que dice: "A nosotros lo que nos pasó fue que la emergencia se nos hizo cotidiana".

Un post-it que dice: "No me gusta la naranja, ¿podrías ser mi mitad de cualquier otra fruta?"

Un post-it que dice: "Todavía no sé qué te hizo pensar que yo estaría interesado en estos temas".

Un post-it que dice: "Extraño los tiempos en los que la gente se despechaba y llamaba a un amigo".

Un post-it que dice: "No tengo idea de qué es lo que estás diciendo pero voy a darte la razón".

Un post-it que dice: "Los veo tan exageradamente bien que es obvio que algo va mal".

Un post-it que dice: "Una habilitante es una carta blanca para hacerlo aún peor pero con mayor libertad".

Un post-it que dice: "Es que el futuro en el pasado prometía muchísimo".

Un post-it que dice: "Estás asando tantos conejos a la vez que no te has dado cuenta de que dos de ellos son rabipelados".

Un post-it que dice: "Mi jefe, como jefe, es muy bueno haciendo parrillas".

Un post-it que dice: "Tan inolvidable como aquel día en el que casi me ahogo".

Un post-it que dice: ¿Tienes una idea de más o menos cuándo es que se cumple eso de "todo va a estar bien"?

Un post-it que dice: "Esto me quedó malísimo pero es para ti".

Un post-it que dice: "Se acabaron las ideas pero quedan un montón de tuits".

Un post-it que dice: "Hagamos un trato: la próxima discusión la ganas tú por forfait".

Un post-it que dice: "Si acaso dije algo que te ofendiera, por favor recuérdamelo para podértelo repetir".

Un post-it que dice: "Sí me acuerdo de ti pero has cambiado tanto que mejor nos conocemos desde cero".

Un post-it que dice: "Está claro que el llegadero siempre queda un poquito más allá".

Un post-it que dice: "Es que a mí precisamente lo que me hartó fue el bochinchito".

Un post-it que dice: "El mundo es carísimo y eso que no es tan bueno".

Un post-it que dice: "Yo no sé quién te habrá enseñado a hacer eso, pero hay que darle las gracias. Y a Dios también".

Un post-it que dice: "Qué te van a estar haciendo un magnicidio a ti...".

Un post-it que dice: “Algunas vacas son más cochinas que otras. Y además son la mayoría”.

Un post-it que dice: "O hay un fantasma en esta casa o yo estoy oyendo espejismos".

Un post-it que dice: "Dada mi ignorancia en este tema, te ayudo más si no te ayudo nada".

Un post-it que dice: "Perdona, no me fijé porque sufro de ceguera selectiva".

Un post - it que dice: "La verdad es lo que viene después del pero".

Un post-it que dice "El futuro de esta relación dependerá de tu respuesta: ¿qué fue primero, la arepa o la cotufa?"

Un post-it que dice: "Ahora que me explicas entiendo finalmente que no estaba entendiendo nada".

Un post-it que dice: "Todo está hecho en China. Todo. A veces sospecho que tú también".

Un post-it que dice: “No me atreví porque el sentido que tengo más desarrollado es el del ridículo”.

Un post-it que dice: “Yo no le deseo mal a nadie sino a todos los que se lo merecen”.

Un post-it que dice: "A mí me sientan en una panela de hielo y sigo sin saber quiénes son Chino y Nacho. Gracias a Dios".

Un post-it que dice: “Menos mal que tenemos a la luna para poder echarle la culpa de todo”.

Un post-it que dice: "Desconfía de alguien que no se le quede mirando a la luna".

Un post-it que dice: "Te creo, sobre todo, porque te quiero creer".

Un post-it que dice "Hagamos un trato: si nos dejamos de querer tenemos que notificarlo con la debida antelación".

Un post-it que dice: "Doctor, en vez de flores de Bach yo quisiera unas de Dvorak que me gusta mucho más".

Un post-it que dice: "Dale poder a alguien y conocerás su versión menos feliz".

Un post-it que dice: "Sospecha de alguien que salga bien en la foto del pasaporte".

Un post-it que dice: "Yo soy tan malo para las despedidas que me he hecho un experto evitándolas".

Un post-it que dice: "A mí me gustan los antiácidos con sabores cítricos extremos".

Un post-it que dice: "Yo con el amanecer paso directamente de ser insomne a sonámbulo".

Un post-it que dice: "A mí la que me interesa es la autonomía de los poderes púbicos".

Un post-it que dice: "Por favor no me sugieras esas amistades que yo a los enemigos los tengo ya completos".

Un post-it que dice: "No, no podemos quedar como amigos; lo que te puedo garantizar es una larga enemistad".

Un post-it que dice: “Una de las señales de la locura es cuando comienzas a ver la propia nariz siempre metida en el campo visual”.

Un post-it que dice: "Eres un soberano hablador de disparates, lo que pasa es que los hablas con solemnidad".

Un post-it que dice: "Esto no tiene patas ni cabeza, y la verdad no le encuentro el resto del cuerpo tampoco".

Un post-it que dice: “No es que no tengas el don de la palabra, es que te lo arrebataron con ensañamiento”.

Un post-it que dice: "No es que tus planes sean malos, es que los míos valen más la pena."

Un post-it que dice: “A los insomnes eso de dormir hasta tarde nos parece un desperdicio tal que hasta nos quita el sueño”.

Un post-it que dice: “¿Ya tú sacaste la cuenta de cuántas neuronas matas cada vez que oyes esa música?

Un post-it que dice: “Los últimos serán los primeros (sí, siempre y cuando cuentes de atrás hacia adelante).”

Un post-it que dice: “Debería haber una manera de que este juego lo pierdan los dos.”

Un post-it que dice: “No importa, tú a eso mismo le pones al lado "premium" o "plus" y ya la gente piensa que merece costar el doble”.

Un post-it que dice: “Es un caso de esos en los que se pasa directamente de la locura juvenil a la demencia senil.”

Un post-it que dice: "Lo mío no es déficit de atención sino que tengo la batería demasiado baja para conectarme a cualquier red".

Un post-it que dice: “Yo creo que en vez de 15 minutos de fama le tocó una vida entera de pura infamia”.

Un post-it que dice: “Ese cuento es buenísimo y yo sé que soy el protagonista, pero cuéntalo tú porque yo no me acuerdo de nada”.

Un post-it que dice: "Se nota que eres muy valiente. Sobre todo a la hora de mandar a la batalla a los demás".

Un post-it que dice: “Nos hemos convertido en expertos en pasar directamente del escepticismo al desencanto”.

Un post-it que dice "No te preocupes por la soledad, piensa en Curiosity en Marte. Eso sí que es estar solo".

Un post-it que dice: "Quiéreme en mi ausencia. Si no es voluntariamente, pues que sea por obligación".

Un post-it que dice "A mí me preocupa más bien que tenga cara de demasiados amigos".

Un post-it que dice "No entiendo la incongruencia, ¿cómo te podemos gustar esa música y yo al mismo tiempo?"

Un post-it que dice "Si tuviera que contarle mis sueños a Freud seguro me mandaría a organizar ese desastre y a volver más tarde".

Un post-it que dice "A la gente realmente se le conoce por la cara rarísima que pone cuando no le gustó para nada el regalo".

Un post-it que dice "Yo prefiero que la invasión de la intimidad sea obligatoria exclusivamente entre tú y yo".

Un post-it que dice "De ahora en adelante sentirás mi ausencia sobre todo cuando esté presente".

Un post-it que dice "Estoy construyéndome un microcosmos donde nuestras versiones diminutas se la llevan mucho mejor que tú y yo”.

Un post-it que dice: "Ser mediocre con ínfulas es requisito indispensable para ocupar ciertos cargos, ¿verdad?"

Un post-it que dice: "Y si tú eres poeta las 24 horas del día todos los días, ¿a qué hora te relajas y eres persona?"

Un post-it que dice: "Te condeno a que te acuerdes de mí cada vez que oigas la música que te gusta".

Un post-it que dice: "Tú mientes tan bien que deberías meterte a profeta".

Un post-it que dice: "Es que yo me volví escéptico por haber creído demasiado".

Un post-it que dice: "Estaré disponible hasta agotarse la insistencia".

Un post-it que dice: “No tengo ninguna duda; por la simple razón de que no tengo la menor idea de este tema.

Un post-it que dice: “Yo juraba que algo tan sencillo era imposible hacerlo tan mal”.

Un post-it que dice "Vengo del futuro y te traigo dos noticias: que el mundo no es tan feliz y que tampoco hay Soma".

Un post-it que dice: “Te voy a seguir siguiendo sólo porque te tengo cariño. Eso te salva y me condena.

Un post-it que dice: “¿Tú sabrás cómo se llama ese hueco entre los cojines del sofá donde siempre se esconden las llaves?

Un post-it que dice: “Hacer tantas cosas al mismo tiempo es una manera disfrazada de no hacer absolutamente nada.

Un post-it que dice: “Al final, si lo piensas bien, menos mal que nos fue mal”.

Un post-it que dice: “Cualquier cosa voy a estar aquí arreglando el mundo por Twitter”.

Un post-it que dice: “La verdad es que nunca me queda claro si eso de "es muy fotogénico" o "tiene buen lejos" es algo halagador o no”.

Un post-it que dice: "No, perdona pero la belleza no puede estar en tantas partes".

Un post-it que dice: “Deberíamos nombrar un santo de la procrastinación, pero mejor lo dejamos para luego.

Un post-it que dice: “Apostemos alguna barbaridad de esas tan buenas que hasta nos convenga perder la apuesta.

Un post-it que dice: "Es que no tengo idea de cuánto más o menos dura ese tiempo prudencial que me pides que esperemos".

Un post-it que dice: “El secreto de la arepa frita está en hueco que tiene en el medio.

Un post-it que dice: "No me pases más música, porque si algún día me dejas no habrá manera en que te pueda olvidar".

Un post-it que dice: “A la cuenta de tres asumimos que es 2 de junio del 2018 a las 9 am. A ver si así controlamos este descompás que nos separa”.

Un post-it que dice: "Perdona que no te esperé para hablar, me di cuenta de que la cuota de discusiones inútiles se me había agotado".

Un post-it que dice: "Yo no tenía la menor idea de quién eras. Ahora que te conozco extraño mi ignorancia".

Un post-it que dice: "Por el bien de esta relación vamos a ponernos de acuerdo para alegrarnos por los mismos motivos".

Un pos-it que dice: “Yo evito las peleas pero soy adicto a las reconciliaciones.

Un post-it que dice: “Todavía no sé si estuvo bien o si fue un desastre. Creo que las dos cosas.

Un post-it que dice: “No, no fue que botamos los reales; es que nos tomamos la molestia de invertirlos céntimo a céntimo en nuestra contra”.

Un post-it que dice: "A ti, de los 15 minutos de fama que decía Warhol, yo te hubiera dado 2 como mucho".

Un post-it que dice: "No te mereces ni mi desprecio".

Un post-it que dice: "Te agradecería enormemente que hicieras el intento de no ser tan guapa".

Un post-it que dice: "Vamos a asumirlo, aquí no tenemos nada que buscar. Te espero a la salida y nos vamos a otra Tierra".

Un post-it que dice: “Hemos decidido mantenernos 2 metros a la redonda de ti, de manera que quepan cómodamente tú y tu ego”.

Un post-it que dice: “Yo en vez del pajarito hubiera preferido una versión en Australia: "El hombre que hablaba con ornitorrincos".

Un post-it que dice: “Me gustaría que esto terminara con un "y no se hable más del tema".

Un post-it que dice: "Yo recuerdo una época en que los artistas eran unos pocos y eran artistas pero de verdad".

Un post-it que dice: "Me cansé ya. Yo mejor recojo mis fichas y no juego más".

Un post-it que dice: “Te quiero tal cual eres. No te quiero modificar sino momificar”.

Un post-it que dice: “A mí sí me gustas porque yo sí tengo buen gusto”.

Un post-it que dice: "Yo lo que quiero es ponerte en shuffle".

Un post-it que dice: “A mí si me van a photoshopear que sea con Jennifer Connelly”.

Un post-it que dice: “Eso no es una tesis porque no tiene una cita de Deleuze”.

Un post-it que dice: “Yo lo que quiero es que tiembles tú”.

Un post-it que dice: "Yo solo espero que les caiga una epidemia de autocombustión espontánea".

Un post-it que dice: “A comprarse unas alpargatas con punta de hierro que el joropo que se viene es hardcore.