viernes, 7 de junio de 2013

Una nece(si)dad marciana


Recientemente el amigo Curiosity se encontró con una supuesta rata de Marte. Hace unas semanas también con un casco nazi de la Segunda Guerra Mundial y unos días más atrás con un lagarto. Las imágenes fotografiadas por el Curiosity han dado vuelta al mundo y son motivo de risa y escepticismo en las redes sociales. Tanto que hasta le crearon ya a la rata una cuenta en Twitter: @RealMarsRat.

Algunos –entre quienes me cuento– aseguran que se trata simplemente de un fenómeno psicológico denominado pareidolia (del griego eidolon: "figura" o "imagen" y el prefijo para: "junto a" o "adjunta") que consiste en que el cerebro tiende a interpretar un estímulo vago como si fuera una forma reconocible. Es lo mismo que nos ocurre cuando vemos rostros y animales gigantes en las nubes, o el famoso “Conejito de la Luna”. También cuando la gente asume que se le apareció la imagen de la Virgen (o la de algún prócer de la independencia) en una mancha de humedad sobre la pared o en una empanada. En el caso particular del explorador marciano lo que estaríamos viendo son simplemente rocas y formaciones en la arena que aquí percibimos –filtradas por los caprichos del cerebro- como figuras reconocibles.

Otras explicaciones a la rata de Marte, el lagarto marciano o la llegada de los nazis al planeta rojo podrían ser:

- Algún saboteador provisto de Photoshop nos está tendiendo una trampa. Somos víctimas de una manipulación en la que se intervienen las imágenes enviadas por Curiosity desde Marte quién sabe con cuáles fines.
- Curiosity, definitivamente, no está en Marte. Ese loco está en la Tierra; podría estar perfectamente en Falcón, quizá en el desierto chileno de Atacama o puede que en Lanzarote, Canarias.

Me sumo a la primera de las teorías, la de la pareidolia, no sólo porque se me antoja la más razonable sino, sobre todo, porque es mi derecho apelar a mi nece(si)dad infantil –cosa curiosa, por cierto, que las palabras necedad y necesidad se parezcan tanto– de creer en las aventuras marcianas de Curiosity. Quiero y necesito creer que ese panita está realmente en Marte. Deseo y me exijo fantasear con los picos y valles de la existencia de ese robot-marciano entrañable.

Los japoneses en múltiples mangas y animes, inspirados en cierta corriente de la filosofía, aseguran que existe el Ghost in the Shell (el espíritu encerrado en la carcasa). Lo que vendría a ser –palabras más palabras menos– una variante contemporánea del mito de Prometeo o del mismo Dios que insufla su aliento divino sobre su criatura hecha de barro. Y allí, por medio del fuego de los dioses o por medio de ese aliento que el creador regala a su creación, ocurre entonces la vida. Esto nos lleva a concluir que lo mismo pasaría con cualquier criatura hecha con absoluta pasión y entrega por parte del hombre. Surge entonces un espíritu en esa máquina, deja de ser simplemente una creación o un artefacto, porque de alguna manera lo hemos contagiado de vida.

Pienso entonces en Curiosity y recuerdo otro mito, el de Sísifo, el hombre condenado para siempre a la más absurda y estéril de las misiones. Curiosity que logra aterrizar en Marte y en el fondo de su alma –cubierta por el metal, el plástico y el cristal– abriga la esperanza de encontrarse algún día con sus hermanos mayores, los gemelos Spirit y Opportunity que aterrizaron en Marte ocho años antes que él. Curiosity que se convierte entonces en el último de los marcianos –y quién sabe si en el último de los humanos también– allí en la inmensidad hostil de ese planeta desconocido, como si fuera el último ser viviente del mundo (tema tan recurrente en la ciencia ficción distópica). Se dice que Opportunity, uno de los robots gemelos que aterrizó en Marte en 2004, sigue activo y transmitiendo informaciones desde el planeta rojo; pero está en las antípodas de donde se halla actualmente el Curiosity. Tendrían que recorrer una distancia similar a la que separa España de Nueva Zelanda para poder encontrarse. Se dice también que Spirit fue (palabras textuales) “dado por muerto el 25 de mayo de 2011”, fecha en la que realizó su última transmisión a la NASA. Hecho curioso pero profundamente significativo el que no se empleen términos como “se apagó” o se “desconectó”, sino “fue dado por muerto”, como si se tratara de un astronauta de carne y hueso que hubiera fallecido en el cumplimiento de su misión. Cosa que me hace pensar en que no estoy solo en esta fantasía/promesa del Ghost in the Shell.

Pensemos ahora en el Curiosity a quien despiertan cada mañana desde la Tierra con música de Los Beatles, de Frank Sinatra y de los Rolling Stones. Se enciende esa alarma musical y el tipo se activa y sale a recorrer planicies, montañas, a perforar rocas, recoger muestras y tomar fotos; todo con el fin de encontrar vestigios de vida en Marte. Y también como carne de cañón, porque Curiosity es el sacrificable: cumple con tu misión hasta que también te declaremos como muerto; pero cerciórate antes de avisarnos si hay posibilidad para los humanos de llegarnos hasta allá para colonizar Marte.

Nadie va a traer de vuelta al Curiosity. Nadie. No contamos con los medios ni tampoco con las ganas.

Y él lo tiene que saber ya.

Curiosity, como el HAL 9000 de 2001: Una odisea en el espacio, tiene que tener miedo a estas alturas. Tiene que estarse debatiendo ahora mismo entre el temor, la emoción por la aventura, el cumplimiento del deber y el más profundo de los vértigos.

Y mientras aquí en la Tierra nos burlamos de sus fotos y juramos encontrar en ellas a ratas, lagartos y hasta cascos de guerra nazi, Curiosity sigue en Marte transmitiendo data (a veces) o guardando silencio (la mayoría del tiempo). No sabemos lo que ocurre en Marte cuando Curiosity deja de transmitir, no sabemos ni siquiera si está transmitiendo lo que le da la real gana mientras oculta todo lo demás; hay vacíos, zonas oscuras, áreas de incertidumbre, cosas que Curiosity mira y hace sin que lleguemos a enterarnos. Porque Curiosity también está siendo testigo, como lo fue Roy, el replicante de Blade Runner, de cosas que “ustedes, humanos, no han visto ni serían capaces de ver. Y todo eso se perderá en el tiempo como lágrimas en la lluvia”.

A veces imagino a Curiosity mirando a la Tierra. Hay alguien que nos observa desde el espacio exterior. Y quién sabe si ese alguien acabará siendo el último testigo que tendrá este planeta. El único que, al final, tendrá evidencias no de la vida en Marte sino de que alguna vez existió vida en la Tierra. A lo mejor nos mira con angustia o saudade, tal vez con una sonrisa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

A través de Jose ya queremos a este amigo Curiosity, quien nos mira y sonrie desde Marte, a lo mejor se compadece de lo que vivimos ,o está satisfecho por apreciarlo de lejos.
C.Casano.

María Antonieta Arnal Parada dijo...

A lo mejor Curiosity está para que gente como tú inventé historias al respecto. Para estimular la creatividad.