Llevo años alejado del ejercicio del
periodismo; sin embargo, fue en una escuela de Comunicación Social donde me
formé, fue de periodista mi primer trabajo y también fue en esa carrera de
Comunicación donde tuve la suerte de ejercer durante años como profesor. Insisto,
no lo ejerzo pero de alguna manera me he mantenido siempre en contacto con el
oficio.
El complejísimo y muy confuso panorama que
azota a Venezuela en estas horas, acompañado de la censura feroz y de un
bloqueo informativo descarado por parte del estado venezolano, ha hecho que las
redes sociales y unos pocos portales cibernéticos se conviertan en el único
medio masivo para compartir y difundir informaciones. Los periodistas, así como
muchos ciudadanos comunes, se han visto obligados a emplear sus espacios
virtuales para hacer escuchar voces y mostrar sus imágenes. Obviamente, a los
periodistas consagrados que ya eran referencia, se han sumado otros nuevos con
un discurso ágil y fresco. En la misma medida en que los medios internacionales
han optado por acudir directamente a los periodistas que están en el sitio para
obtener la información fresca y de forma inmediata. Apelar a los medios
oficiales no tiene ningún sentido porque todos están alineados bajo un mismo
discurso, nadie dará una versión de los hechos distinta a la que dictaminan
desde el Ministerio de Comunicación y la Información (nombre que disfraza al
orwelliano Ministerio de la Verdad de 1984 que es lo que realmente se gasta
Venezuela en estos tiempos).
El momento, además de complejo y confuso, es
avasallante. Centenares de noticias ocurren en simultáneo. La protesta toma las
calles en prácticamente todos los rincones de Venezuela y es reprimida
brutalmente por los cuerpos de seguridad del estado y por los grupos
paramilitares adeptos al régimen. Crece exponencialmente el número de
detenidos, torturados, muertos con balas disparadas a la cabeza (lo que evidencia
que no son armas accionadas por cualquiera, se trata de pistoleros muy bien
entrenados), otros han sido víctimas de arrollamientos, hay infinidad de
heridos. El país arde, literalmente. Y como decía el presidente Guzmán Blanco hace
ya más de un siglo: “Venezuela es como un cuero seco: la pisas por un lado y se
levanta por otro”. La frase, ya lo vemos, no pierde su vigencia y se ha vuelto
especialmente significativa en estos días.
Corren los tiempos de la inmediatez, una
suerte de adicción por la novedad, el que se calla pierde, el que se lo piensa
mucho también. No hay tiempo para la reflexión, para la discusión ni para la
contemplación. La sed por la información expedita obliga a procesarlo todo
sobre la marcha. No importa si mal digerido, mal pensado, mal analizado y
pobremente investigado. Son millares los receptores que esperan la información
como quien necesita una droga. Y además, los medios internacionales ejercen
presión: dame más, dímelo todo a mí antes que a nadie, anda, date prisa, tiene
que salir en nuestra edición web internacional esta misma noche. La información
sale disparada en millones de vectores en una proporción directa con la
confusión.
Los periodistas y analistas políticos están tratando de hacer su
trabajo, pero también están forzados al análisis precoz. A sumergirse en el
Maelstrom de informaciones encontradas o difusas, barajar ciertas teorías,
combinarlas con algunas especulaciones, sentarse al teclado en pocos minutos o
frente a la camarita de sus computadoras para vaciarlo todo allí antes que
nadie. Y esto es sumamente riesgoso, porque se han convertido en referentes
importantes, son –ahora más que nunca, convertidos por las circunstancias en especies
de guerrilleros comunicacionales- los principales generadores de matrices de opinión. Son las
grandes voces autorizadas para entender y explicar todo eso que nadie entiende
ni se explica. Pero que, sobre todo, es aún muy prematuro para poder entender y
explicar a rajatabla.
He leído y escuchado análisis realmente
precipitados que sacan conclusiones tajantes de lo que ocurrió el pasado 18 de
febrero. Allí se explica y se juzga lo ocurrido cuando Leopoldo López se
entregó a las Guardia Nacional en medio de una concentración a la que había
convocado. La jugada, por más amigos de la especulación y de la teoría del
complot que pretendamos ser, fue realmente sorprendente. Como esos futbolistas
que en una definición por penaltis cobran el último penal a lo Panenka. Una bombita
para engañar al arquero; todavía no sabemos si ese penal acaba en gol, se queda
corta o la tapa el portero. Se queda la pelota flotando en el aire, sólo el
tiempo con el curso de los acontecimientos nos dirá el desenlace.
¿Por qué Leopoldo López se entregó
voluntariamente a las autoridades? ¿Es cierto que llevaba días reuniéndose con
Diosdado Cabello? ¿Por qué Nicolás Maduro y los medios oficiales aseguraron que
lo estaban “protegiendo” al líder de la oposición porque sabían de planes de la
“ultraderecha” para asesinarlo? ¿Por qué, según Telesur, la esposa de López
confirmó esa teoría de la protección de su marido en manos del gobierno
venezolano en una entrevista ante CNN en español? ¿Por qué Diosdado Cabello es
el encargado de custodiar y ruletear personalmente a Leopoldo López llevándolo
a destinos que no son los que dice Nicolás Maduro? ¿Cómo es eso de que alguien
se entrega para que le protejan la vida pero inmediatamente es imputado con una
decena de cargos gravísimos? Por más ambiciones políticas que tenga un líder,
¿cómo siendo padre de dos hijos pequeños se entrega a unas autoridades en las
que no cree y en un contexto donde no existe ni lejanamente la justicia? ¿Cómo
es posible no pensar que acabará en una situación tan lamentable o aún peor a
la del pobre Iván Simonovis?
Un aguacero de dudas, acaso ninguna certeza.
Y obviamente la situación se presta para la
especulación, para las mil y una hipótesis sin confirmación, para el huracán de
las conjeturas. Cada venezolano y cada ciudadano del mundo interesado por la
situación de Venezuela debe tener las suyas dándoles vueltas en la cabeza. Los
periodistas y analistas políticos también, son personas, por supuesto, pero no
es el juego que les corresponde. Su responsabilidad y su oficio les exigen
cierta pausa en medio del maremágnum. Tienen que tomarse el tiempo –ese mismo que
nadie tiene- para la reflexión, para sopesar ideas, para investigar, discutir,
airear las hipótesis para que se vayan decantando; además de encontrar las palabras
y el tono justos para aterrizar esas delicadísimas conclusiones.
Los periodistas y analistas políticos han
exigido que la protesta sea organizada, que los líderes de la oposición diseñen
y comuniquen estrategias claras y viables de acción, han hecho reiterados
llamados a la sensatez. Muy bien, están en su derecho, es el nuestro pedirles a
ellos exactamente lo mismo en medio de estas horas oscuras.