jueves, 3 de julio de 2014

Futbolsofía.



Decía Albert Camus, quien además de escritor y filósofo fue el insigne portero del Racing Universitario de Argel (RAU): “Todo cuanto sé con mayor certeza sobre la moral y las obligaciones de los hombres, se lo debo al fútbol”.

El fútbol, como ha quedado de manifiesto en este mundial Brasil 2014, es metáfora envidiable de lo más sublime y lo más patético de la condición humana. Así que con el permiso de Camus –y sobre todo el de ustedes- me atreveré a lanzarme con estas breves futbolísticas que en lo personal se me antojan ricas en certezas sobre la moral y las obligaciones de los hombres.

   - Luis Suárez le propinó una tremenda mordida en el hombro al defensor Giorgio Chiellini. Nada en el universo podría justificar que un jugador muerda a otro en la cancha –al menos no sin su consentimiento-, y mucho menos en el marco de una Copa Mundial. La violencia primitiva de un mordisco no es jamás comparable con un codazo, un cabezazo o un hachazo intencional; quizás estos golpes puedan causar lesiones aún mayores pero entran dentro de la lógica del deporte de contacto. Merecen, por supuesto, ser sancionados con tarjeta roja, multas y partidos de suspensión, pero un mordisco sólo es comparable con un escupitajo en la cara, una clavada de uñas en los ojos, un golpe directo a los genitales, o el uso de agujas u hojillas en los botines para herir a los contrincantes. Ni siquiera en el Club de la Pelea (libro de Chuck Palahniuk llevado al cine por David Fincher) se valían los mordiscos, imaginen ustedes que se permitieran sobre el gramado de un estadio.

     - La sanción a Luis Suárez a raíz de este mordisco –el tercero propinado por él y del que se tenga registro ante las cámaras, hasta ahora- podrá resultar exagerada e injusta para muchos. Un castigo impuesto por un juez inmoral, indigno y cuestionable (la FIFA) que se ensaña contra el delantero uruguayo como si se tratara de un criminal. Pero si las mordidas son inmorales en el boxeo (recordemos la oreja masticada de Holyfield en las fauces de Tyson), las artes marciales mixtas, el mencionado Club de la Pelea y hasta en las mismísimas reyertas callejeras, imaginen ustedes  lo cuestionables que resultan en el marco de un mundial donde mordedores y mordidos representan a sus países ante los ojos del planeta.

    -  Ahora bien: los simuladores de penales, los reyes del piscinazo, los artistas del “me voy a dejar caer como si me hubieran cortado las piernas para engañar al árbitro” se merecerían –mínimo- una sanción equivalente a la mitad de la de Luis Suárez. Porque si bien la falta de Suárez es un monumento al salvajismo descarado y a la torpeza desfachatada, los simuladores de faltas son unos promotores nefastos de la trampita, el encubrimiento, las malas mañas para ganar por cualquier vía y a cualquier precio. Ante una simulación tan deplorable como la de Robben ante México o la del brasileño Fred ante Croacia, muchos pondrían el hombro con gusto para preferir un mordisco.

   - Los holandeses Van Persie y Robben, notables delanteros de la selección naranja, curiosamente ejecutaron el mismo movimiento de zambullida con la cabeza en alto, la espalda bien arqueada y los tacos apuntando al cielo. Ambos malabares acabaron sentenciando el juego: el de Van Persie por las razones más nobles para culminar en un golazo contra España, el de Robben para fingir un penal de último minuto que acabaría sacando a México del torneo. La belleza y el horror en un movimiento idéntico. La misma maniobra pero en los extremos más distantes del espectro de lo moral.

     - Robben es un gran jugador, un delantero insigne, un hombre al que para nada le hacen falta esas triquiñuelas para hacer lo que mejor sabe hacer: librarse de los rivales y meter unos zurdazos de ensueño que casi siempre acaban en las redes; pero Robben, después de su piscinazo tan ridículo como trágico, tiene plomo en el ala. Para los amantes de este deporte ya Robben no es lo mismo.

    - Brasil y Argentina han llegado lejos en la Copa. Tal vez demasiado lejos para lo que merecen. Ambas selecciones, tan grandes y con tantísima historia, han jugado un fútbol gris y decepcionante; pero ambas han contado con sus respectivas llaves maestras que en un momento de inspiración arreglan el entuerto y maquillan los resultados. Neymar y Messi tienen un mérito que muy pocos: han jugado todo lo que va de mundial ellos solitos, prácticamente sin aliados, sin interlocutores, son las flores que extrañamente se abren gloriosas desde el lodazal.

    - Ha sido un mundial con mucha garra, mucha emoción, por momentos angustioso y trepidante… pero le ha faltado magia. Con la excepción de Colombia, la única selección que se ha acordado por momentos de que el fútbol, además de un deporte, es un acto colectivo de creatividad artística y, sobre todo, un acto de magia. Los conejos y las palomas que han salido de la chistera en Brasil son casi todos colombianos y la mitad de ellos son obra de un mismo y joven mago: James Rodríguez.

     - Dicen las estadísticas que la selección belga disparó al arco 37 veces en el juego contra los Estados Unidos. Y que por primera vez desde 1966, un portero (el colosal Tim Howard) hacía 14 atajadas de goles cantados en un mismo partido. Esto nos lleva a reformular a Einstein, existen entonces tres cosas infinitas: el universo, la estupidez humana y las atajadas de Tim Howard en el mundial (y del universo no estamos seguros).

    -  La FIFA es un monstruo monstruoso, un conglomerado de pillos, un aquelarre de mafiosos en flux y corbata –estamos de acuerdo- pero en el momento en que Neymar se eleva más de un metro del suelo para cabecear por encima de los defensores que le sacan varios centímetros de altura y se saca un testarazo ajustado al palo que el Memo Ochoa vuela espectacularmente para sacarlo con la punta de los dedos al córner, allí no existe la FIFA, allí lo que hay es fútbol. La inmensa mayoría de los futbolistas y de los aficionados no tienen la menor culpa de lo que hayan hecho o hagan los delincuentes bien almidonados de la FIFA. Los que queremos al fútbol lo único que pedimos es eso que son capaces de hacer Neymar y Ochoa. Porque en esos instantes, por fin, la belleza ha derrotado al horror con juego bonito y por goleada.