- Leer está de moda. Y ser lector, en vez de ser
el oficio placentero y hacia adentro de siempre, se ha convertido en una
especie de título honorífico, una medalla del buen guerrero de la cultura, un
distintivo para ufanarse y exhibirse. Ten cuidado, leer está bien (si de verdad
a uno le gusta leer) pero autoproclamarse como grandísimo lector, un voraz e
insigne consumidor de autores y títulos a tiempo completo, te puede convertir
en una especie de Gollum de la lectura. Un tipo insoportable que convierte a la
lectura en algo también muy antipático.
- Hay
“Lectores” (mayúscula y comillas adrede) que quieren convencer a la
humanidad, vociferándolo a los cuatro vientos, que sus lecturas son una cadena
fascinante e ininterrumpida de dichas y paroxismos literarios. Que pasan de una
obra maestra a la siguiente dando saltos increíbles llenos de mortales y dobles
tirabuzones para siempre caer parados y ganarse una puntuación perfecta de
10/10. Seamos honestos, tienen que estar mintiendo, es igual de absurdo que
alguien que te quiere convencer de que solamente ha escuchado discos
magistrales a lo largo de la década o ha visto puras películas dignas de
ganarse la Palma de Oro. Algo muy raro, preocupante y sospechoso está pasando
con el criterio de esa persona.
- Hay libros que se leen de una sentada y otros
que ameritan semanas o meses de asimilación. No significa que los primeros sean
mejores que los segundos ni que los segundos tengan necesariamente mayor
calidad. Pasa como con la gastronomía: hay platillos que se comen de un bocado
y otros que exigen horas de masticación y digestión. Pero seamos francos: un
libro que no avanza, que se pierde o estanca en el océano de la adjetivación,
que trata de narrarlo todo –valga la contradicción– a punta de metáforas y
florituras líricas (mira qué buen escritor soy y lo pirotécnico que me pongo
para abrumarte con mi sabiduría y mi talento, pequeño lector) corre mayor –y
lógico– riesgo de ser abandonado. Uno de los grandes derechos del buen lector
es saber asumir sin remordimientos: me aburrí, lo lamento pero me abro, hay
millares de obras fabulosas que no he leído y no sé si tenga tiempo en esta
vida para leerlas como para inmolarme en esta lectura que no me está diciendo
ni significando absolutamente nada.
- Quizás la gran pregunta que nos deberíamos hacer
para intentar saber porqué un libro nos cautiva o nos ahuyenta sería: ¿si esto
fuera música a qué sonaría? Así que no se sienta culpable ni se convierta en un
miembro más del rebaño abúlico por la presión social o por las directrices
dictadas por los Gollums de la lectura: si a usted no le gustan los Beatles no
tiene porqué estar leyéndose hasta el punto final centenares de páginas de una
cosa que suena a los Beatles. (Sustituya a los Beatles por cualquier banda o
tendencia musical que adore/deteste y comprenderá perfectamente de qué
hablamos).
- Hay algunos libros y/o autores con los que el
lector se comunica de una manera especial y sumamente significativa. Se sella
durante la lectura una alianza especialmente poderosa. Y uno se ríe, se angustia,
se fascina, se conmueve o se indigna por culpa de esa gente que se le ha hecho
tan presente. Cuando a uno se le acaba el libro siente que se está despidiendo
de alguien importante, alguien a quien vas a echar de menos un montón. Esa
curiosa saudade que a veces irrumpe en la realidad desde la ficción, qué cosa
extraña y prodigiosa. Hay que insistir: esto pasa a veces, pocas veces, muy de
vez en cuando, y uno sabe cuáles son esos libros y los recuerda como quien se
acuerda de un gran amor. Quien pretenda convencerlo de que esta conexión le
sucede a menudo y con todos los libros “fabulosos” que pasan por sus manos en
un flujo continuo es más bien alguien digno de sospecha o compasión.
- Una amiga escritora fue a su cita con una guía espiritual muy sabia y elevada. Le contó sobre sus proyectos de ficción,
las historias que estaba creando, los personajes que iba construyendo. La guía
acabó de escucharla y le dijo: “Ten cuidado, todas esas personas y situaciones
que estás inventando existen, no necesariamente en esta realidad, pero claro
que existen porque tú les estás dando vida. Así que cuídalas y cuídate”. Luego
de escuchar esa anécdota es imposible pensar que a los personajes leídos -los
entrañables, esos de quienes cuesta un montón despedirse y se extrañan tan
profundamente ante la inminencia del punto y final- también existen, son
presencias que hemos ayudado a crear. Y ahora qué será de la vida de toda esa
gente sin nosotros.