miércoles, 17 de mayo de 2017

El Eternauta en Venezuela.



Argentina, finales de los años 50, una dupla conformada por el autor Héctor Germán Oesterheld y el dibujante Francisco Solano López publica una historieta de ciencia ficción llamada El Eternauta (algo así como “el navegante de la eternidad” o “el astronauta de lo eterno”). En esa narración gráfica prodigiosa, cuatro amigos juegan al truco en una noche como cualquier otra y de pronto se dan cuenta de que una nevada tóxica está cayendo sobre Buenos Aires. Es el principio de la invasión, la primera avanzada de unos extraterrestres similares a escarabajos del espacio a quienes conoceremos más adelante como “los cascarudos”. Morirá la mayoría de la población, primero al exponerse a la nieve tóxica, luego bajo el fuego implacable de los cascarudos; pero  a pesar de que esta lucha es tan descomunalmente desigual -como dicen los llaneros: burro contra tigre- los sobrevivientes logran conformar la resistencia que toma por base de operaciones el estadio Monumental de River. Y desde allí se organizan para repeler la invasión.

Lo más curioso, aleccionador y entrañable de El Eternauta, lo que la convierte en una obra fundamental de muy recomendable lectura: el héroe no es uno, son varios, son un montón. No hay un caudillo, no hay un líder específico, no hay superhombres con superpoderes que nos salven. No, es la sumatoria de la gente común, lo que cada uno de los mortales de a pie sabe y puede aportar, lo que conforma a un nuevo héroe inédito y grupal. El héroe es anónimo porque está repartido a trocitos entre un gentío.  La heroicidad no está concentrada en un gran hombre -eso ya no aplica, no sirve- sino que está disgregada entre muchos a quienes eso de ser héroes les trae absolutamente sin cuidado.

Lo que estamos viendo y viviendo en Venezuela (me incluyo, pues los venezolanos que vivimos fuera hemos cultivado el don de la ubicuidad y nos la arreglamos para estar aquí sin dejar de estar nunca allá) es la reencarnación de ese espíritu del Eternauta. Ciertamente hay cabezas visibles que sirven para canalizar la protesta, hay voceros y símbolos importantes de la resistencia, pero no se puede hablar de un único caudillo, de una sola persona erigida en líder absoluto, de un héroe salvador que nos muestra el camino y que nos libra con sus poderes del mal; muy al contrario, lo que vemos es la hermosa proliferación de ese héroe masivo, plural, conformado por millares de cabezas y multitud de almas. Un héroe resultante de la sumatoria y la sinergia de cada aporte hecho por los ciudadanos de a pie.

Es un héroe grupal y heterogéneo que a veces tiene los rostros cubiertos de los chamos que se ponen al frente de la protesta para enfrentarse a los esbirros, la cobardía armada hasta los dientes y enardecida por el odio, uniformada (sobre todo de mente), que les disparan a mansalva. ¿Sabrán esos muchachos que se ponen a la vanguardia de las marchas -para enfrentarse a los piquetes de la GNB y la PNB en ocasiones acompañados también por sus grupos paramilitares llamados “los colectivos”- que sus escudos blancos pintados con una cruz roja son el emblema de San Jorge, vencedor de dragones? A lo mejor no lo saben, y poco importa que lo sepan, el mundo está lleno de símbolos y de gestos poéticos que pasan desapercibidos hasta que alguien repara en ellos. Lo que importa es que esta es la lucha de unos valientes enfrentando a una bestia colosal. Una nueva edición de David frente a Goliat. De nuevo San Jorge que le planta cara al dragón. Y aunque nadie hubiera apostado al inicio de la batalla por David ni por San Jorge, ya sabemos quiénes salieron victoriosos en esas historias.

Pero a veces el héroe se pone también los cascos blancos con cruces verdes de los socorristas que se abren paso en medio del caos para atender a los heridos. A veces el héroe no lleva otra cosa que una cámara para capturar toda la belleza y el horror que allí se dan cita y se mezclan, con la única intención de dejar testimonio de esas historias mínimas que algún día escribirán la Historia. A veces el héroe es una madre, la que acompaña, la que entiende que su hijo se está jugando el pellejo y el futuro, ella sabe que no puede encerrarlo en casa, que mejor va con él aunque sea solamente para darle la bendición, una botella agua, bicarbonato y un beso en la frente. A veces el héroe simplemente grita, lanza un insulto, toca una cacerola, aunque sabe que la respuesta a tales actos podrá ser una bala, una bomba disparada con saña a la ventana abierta de su casa. A veces el héroe está lejos, con la garganta apretujada por la angustia y el estómago hecho un nudo de impotencias, pendiente de la pantalla, buscando y repartiendo información, consciente de que no puede abandonar, que desentenderse no es opción, que estar en otra frontera no es excusa ni lo salva ni lo exime. A veces al héroe, por la razón que sea, le toca asumir que no le queda otra que ayudar de otra manera: haciendo bulto, enviando medicamentos, ofreciendo voluntariamente sus servicios, ayudando a organizar, a difundir, a contribuir con el cada vez más difícil y escaso arte de decir la verdad.

Pero qué dolor enorme, qué cosa atroz, a veces el héroe lleva el nombre y la expresión de los caídos. Carga encima con los rostros imborrables de los asesinados. De todos esos muchachos que jugaban al basquet, que tocaban en un orquesta, que estudiaban o que trabajaban para ayudar a sus familias. Es el héroe de la ausencia, el que ya no está. Uno que se dejó la vida por un destino que disfrutarán otros pero que a él ya no le tocará.

A veces, no lo olvidemos, el héroe también está encerrado en un calabozo. Aislado, aterrorizado, violentado en todos sus derechos, a merced de esa gente horrible hecha con la funesta materia de los torturadores. Y sin embargo, resiste.

Resistir es un término que proviene del latín resistere: “re” (de nuevo, otra vez) y “sistere" (mantenerse firme, tomar posición, clavarse en un lugar). La resistencia, al final, es la voluntad de aguantar de pie, de mantenerse en el sitio, de no abandonar, de no doblegarse para así no ceder espacios. Sistere sirve de raíz también para otros conceptos relacionados con la resistencia: insistir, persistir, no desistir. E incluso existir.

Acabaría Héctor Germán Oesterheld siendo capturado y desaparecido por la dictadura argentina en 1977. Otra dictadura que -como siempre, tenga la tendencia ideológica que tenga, se ampare en el discurso que sea y se pinte de los colores que le vengan en gana, poco importa, al final todas son la misma porquería- se dedica a matar y torturar, a secuestrarle el futuro a los jóvenes, a erradicar cualquier destello de las cabezas pensantes y en subyugar por medio de la represión a todos los hombres libres que se atreven a levantar sus voces para decir “no estoy de acuerdo”. ¿Pero murió en vano Oesterheld? El hecho de que estemos hablando de su Eternauta y acordándonos de él como referencia en la rebelión civil y colectiva de los ciudadanos en la Venezuela del siglo XXI nos hace evidente que no. A Oesterheld le desaparecieron el cuerpo, físicamente no está más, pero de qué manera se nos quedó grabada su obra. De qué manera su espíritu se mantiene presente. Cómo sigue vivo entre nosotros su Eternauta, ese sueño del héroe plural, esa nueva Fonteovejuna en clave de historieta de ciencia ficción: ¿quién es el héroe? Pues no sabemos ni nos importa, somos muchos, está repartido entre millares. El héroe no es uno sino que es un gentío. El héroe es la sumatoria de todos. Es un héroe, además, que se hace poderosamente presente a pesar de que a veces se impone su ausencia.

Hay un texto de Jorge Luis Borges, en su epílogo de El Hacedor que dice: Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.

Bueno, siguiendo el ejemplo de Borges, ojalá sirvan todas estas palabras y estas vueltas que he dado al armar estas líneas para dibujar una única palabra, la más sentida y poderosa que pueda pronunciar en estos instante para este héroe plural que ha surgido, a nuestro Eternauta venezolano de la resistencia: gracias.